Yo quería ser Elena Solís, editorial Turpial, 2016.
Para todas las personas que escribimos, la escritura es una parte inherente a nuestra vida. La angustia por saber quién eres y hacia dónde vas, tiene mucho que ver con la búsqueda de tu espacio en esta actividad. No me refiero al hecho profesional de encontrar un trabajo relacionado con la labor de escribir, esto, de plantearse, es más probable que ocurra después. Me refiero a la íntima relación que se establece entre escritura e identidad.
Desde la portada de Yo quería ser Elena Solís, esa conexión queda perfectamente plasmada: un sexo femenino trasmutado en pluma y coronado por letras entrelazadas, a modo de vello púbico. ¿O es una pluma trasmutada en sexo? Esa difícil línea que separa una y otra opción, es el lugar en el que habitan los textos que componen el primer título publicado en España, de la autora uruguaya, Elena Solís.
Son, por tanto, dos elementos los que nos llaman la atención desde la cubierta del libro, el dibujo que ya hemos mencionado y el hecho de que el nombre de la autora se repita en el título.
Y es que Yo quería ser Elena Solís es, ante todo, una obra donde una mujer cuenta la lucha por descubrir y conquistar su propia identidad.
El libro comienza con un texto largo Lo que sea que haya sido, donde la autora describe la triste vida de Elisa. El título, el nombre de la protagonista y el uso de la tercera persona marcan, con rotundidad, la distancia entre autora y personaje principal. Esa mujer casada sin amor, encerrada en un matrimonio de clase alta, con un marido desequilibrado y distante, y unos hijos que completan la estampa de familia feliz, será el comienzo de una madeja vital que se irá desenredando a medida que avanza la lectura, donde literatura y biografía van indisolublemente unidas.
El marido, carente incluso de nombre en los primeros párrafos, vive desconectado de la infelicidad de su esposa y del fracaso del matrimonio. Más interesado en mantener las apariencias y darle continuidad a su estatus, un divorcio supondría una tacha para su posición. También ella vive desconectada de sí misma, de sus deseos, de su sexualidad y de sus inquietudes artísticas.
Esa historia primigenia, que Elena Solís cuenta con un estilo frío, desprovisto de adornos, como si no quisiera verse involucrada en ella -a pesar de ser un capítulo de su vida hecho literatura- es fundamental para comprender la explosión de emociones que vendrá después. Ese Lo que sea que haya sido es el punto de partida para Elisa, el nombre de la protagonista, que aún no es Elena, pero que se irá convirtiendo en ella a medida que crezca su atrevimiento, nada más pasar página.
«Lo que sea que haya sido es el punto de partida para Elisa, el nombre de la protagonista, que aún no es Elena, pero que se irá convirtiendo en ella»
El estilo que ha elegido para narrar esta primera historia marca distancias con lo contado y aporta coherencia a todo el conjunto de la obra, que a pesar de estar compuesta por textos cortos, pueden leerse como pequeños capítulos inconexos de una especie de novela, con marcado acento confesional.
Elisa se separa y llega el juego entre primera y tercera persona: yo y ella. Como señala la autora española Laura Freixas en el prólogo, “una relación simbiótica de la que yo tendrá que recatarse a sí misma.” Lo que vitalmente diríamos que corresponde a la búsqueda, al “prueba y error” de la vida cotidiana. En este sentido, aunque la protagonista sea una mujer adulta y este género es más propio de las novelas que tienen personajes adolescentes, podemos hablar de un trabajo enmarcado en el género, normalmente novelas, de aprendizaje.
Así se van sucediendo pequeños textos con los que componer el universo de la protagonista, que cambia de nombre pero que sigue siendo ella. El juego con la identidad continúa, tal vez, más que como un recurso literario, como muestra de la inseguridad de alguien que transita caminos muy distintos a los que había recorrido, antes caminos propios de una situación de privilegio; ahora, caminos dinamitados socialmente por ser menos surcados, con más curvas, cambios de rasantes y lugares oscuros de los que se encuentran en las vías principales. De la madre respetada por su buen matrimonio, que participa en las reuniones del colegio privado donde acuden sus hijos, se convierte en la mujer divorciada y lesbiana señalada por el resto.
«La principal característica de Yo quería ser Elena Solís es que son textos revueltos que parten de lo cotidiano»
No hay una línea divisoria clara que marque la desaparición de Elisa y que nos lleve a Elena. El recorrido es gradual pero finalmente, como tantas veces ocurre en la vida que se sucede lejos del papel, Elena Solís, por fin, se convertirá en Elena Solís. Es más, esa conquista definitiva irá acompañada del autorreconocimiento de que se ha convertido en quien quiere ser. Desde luego, en la vida no puede haber un final más feliz que este, al margen de las circunstancias que la han conducido hasta ahí o de los claroscuros que tiñen su cotidianidad, lo que supone una carga absoluta de verosimilitud.
La principal característica de Yo quería ser Elena Solís es que son textos revueltos que parten de lo cotidiano, del espacio privado y de la verdad vital, de la necesidad de contar y de construirse una identidad a base de convertirse en un personaje de papel.
A medida que avanzamos en la lectura, nos será difícil diferenciar entre microrrelatos, comentarios propios de un diario o notas románticas; entre el tono íntimo necesario para acercar al que lee y un estilo impúdico que celebra el amor, que nos convertirá en voyeurs que asisten al día a día de una mujer que se separa, que descubre otro sexo en el que se encuentra a sí misma, que se casa con otra mujer, que pelea por desarrollarse también artísticamente. Una voz que encontró su identidad a medida que se alejó del centro, de lo normativo, de lo esperado, y se atrevió a vivir su propia verdad y a convertirla en historia.
Vuelvo a coincidir con Laura Freixas, Yo quería ser Elena Solís es, ante todo, un libro valiente y necesario.
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Fotos: Amazon/La Prensa de Perú