Estuvo doce años trabajando en el sector turístico. Pero, llevaba en la sangre el apego por la tierra y el amor a la viticultura, heredados de su padre. Solía coger vacaciones en la temporada de vendimia para echar una mano en casa hasta que, un buen día, aparcó definitivamente el turismo y desde hace siete años trabaja a jornada completa en la finca familiar junto a sus padres y su pareja.
«Actualmente tenemos el registro número dos de embotellado de Gran Canaria»
La conocí de manera virtual uno de esos días de confinamiento en que el ánimo flaqueaba y, al escucharla hablar con tanta pasión del campo y de la bodega Mondalón, me di cuenta de que al mal tiempo había que ponerle siempre buena cara. Tamara ha aprendido esa lección y ve la crisis sanitaria como un paréntesis. “Toca esperar. Si estás esperando cinco años a que te salga la viña para hacer un vino, ¿por qué no vas a esperar seis meses a que pase esto?”, asegura. Y en esta pausa obligada, ella no pierde la sonrisa y trabaja duro en la finca ubicada muy cerca de la Caldera de Bandama, una zona de la isla de Gran Canaria donde los vinos tienen ese sabor especial que regala la tierra volcánica.
Las etiquetas de las botellas de vino no reflejan que este proyecto sale adelante con muy poco personal. ¿Cómo lo hacen?
No hay otra manera. Mucha gente piensa que las bodegas de por sí son muy rentables y nada más lejos de la realidad. Es un proyecto a largo plazo, comenzando por la viña tienes que esperar una media de cinco años y hasta diez hasta que la planta es adulta para que te dé un rendimiento más o menos idóneo. El equipo lo forman mi padre, una persona que trabaja en la finca por la mañana y ahora mi pareja y yo.
Entre los cuatro hacemos todo: la elaboración de los vinos, embotellar, las visitas, las catas, la venta directa. También está Juan Fernando, el enólogo, que nos asesora y viene dos veces al mes desde Tenerife. Ayuda a injertar, a podar, a currar en todo; no es un enólogo de postín que solo viene a catar. Hemos duplicado casi la producción, pero no podemos duplicar el personal porque nos comen los sueldos. Al final lo que nos funciona es organizar y planificar muchísimo y no fallar en los tiempos. Estamos trabajando sábados por las mañanas y un domingo si hace falta.
¿Cuál es la historia detrás de la bodega Mondalón?
Comenzamos aproximadamente en el año 90, 91. Charles Yeiser Stone (Chuck), un vecino americano, hacía vinos. Tenía un lagar, pisaba uvas y nosotros le ayudábamos. Poquito a poco le fue picando la curiosidad a mi padre. En esa época se estaba intentando fundar el consejo regulador del Monte Lentiscal, y había muchos viticultores que intentaban llevar el vino de Gran Canaria con otro nivel. Ese hobby fue poco a poco convirtiéndose en la profesión de mi padre. Fruto de su trabajo con la denominación de origen, actualmente tenemos el registro número dos de embotellado de Gran Canaria, cosa que no sabe todo el mundo y es importante recalcar.
Empezamos con una barriquita de 125 litros y ahora hacemos una media de 20.000 litros de vino. Sigue siendo una bodega muy pequeña, la quinta o sexta en producción en Gran Canaria y aun así movemos bastante. Desde que empezamos, nuestra filosofía era decir: vamos a salir al mercado con un vino que esté rico, que tenga calidad, presentación. Si el vino no estaba bueno no lo sacábamos, preferíamos tirarlo por el sumidero y tiramos mucho. Te cuesta mucho crear una imagen de marca; basta que saques un producto malo un año para que se acabe todo, esa filosofía la hemos tenido muy arraigada.
¿Por qué crees que un turista nacional u otro que llega de lejos prefiere vivir la experiencia de visitar una bodega en vez de irse a la playa?
En esa semanita de media que suele pasar la gente que nos visita, dedicar un día a visitar una bodega, hacer algo alternativo, suma. Al final, estar en la playa es siempre lo mismo. Lo que les queda en la memoria es venir a un sitio más local. Tratas con el productor directamente, te va a contar su historia, las particularidades de la zona, de la isla, cosas que no ibas a conocer estando en un apartamento en el sur. Al final es dedicar la mañana a hacer algo diferente, llámese vino, llámese queso. Esa experiencia es lo que te queda y eso es lo que queremos.
El cariño o la dedicación que tú le das a las cosas, el tú a tú y las historias que contamos es lo que se llevan ellos y es lo que perdura en la mente. El hacer las rutas para mí significa acercar el producto, normalizarlo, porque la gente sabe de dónde sale, lo que cuesta producirlo. Para nosotros esto es un proyecto de vida muy a largo plazo y super bonito. Hay muchas generaciones envueltas en ello. Mi padre empieza a ver ahora una imagen de marca en la calle, que Mondalón suena y suena bien, y eso ha costado 25 años de trabajo.
«Si no trabajas bien la viña, olvídate de sacar un vino bueno»
¿Crees que la viticultura ha sido y sigue siendo un mundo de hombres? ¿Cuál es tu experiencia personal?
Desde que me saqué el carné con 18 años iba a recolectar uvas en muchas fincas porque no teníamos suficientes en las fincas de Bandama. Había hombres que decían: «¡Cómo trabaja esta chica y cómo carga!». Yo preguntaba: «¿Por qué no?». Y mi padre les decía: “Tú no sabes quién está ahí” (Ríe). O me cerraban la puerta y no me dejaban entrar en las bodegas, eso lo he vivido desde chiquitita. La mujer iba solo a vendimiar, a recolectar la fruta, el resto era un trabajo del hombre, pero ahora, por suerte, cada vez hay más mujeres en viticultura, en enología, sumillería. Sin embargo, para mí el campo es la parte fundamental porque si no trabajas bien la viña, olvídate de sacar un vino bueno; el vino se hace en la viña.
Había un mito: decía que las mujeres no podían entrar a las bodegas porque estropeaban el vino, y creo que lo asociaban al período, ¿cierto?
En algunas bodegas de Bandama, a mí me dejaron fuera con mi madre, tenía nueve años y no me había venido el período. Ellos ponían eso como excusa. Luego he leído mucho acerca del tema y la leyenda que más me gusta es que normalmente siempre hacían la bodega o el bodegón y al lado una ermita. Estaba el gancho para el caballo, lo amarraban, el hombre iba a la bodega y la mujer se iba a rezar. Para mí era una excusa para que los hombres estuvieran solos tomándose el vinito y hablando de sus cosas. Es que se lo querían beber todo y no puede ser, Belkys (Ríe). Yo digo que, si las mujeres no pudieran entrar a las bodegas, la nuestra se iría a pique porque aquí mi madre y yo estamos todo el día a tope.
Si quieres conocer la historia de otras mujeres del mundo de la viticultura, pincha en este enlace: https://www.landbactual.com/cristina-millan-quinta-generacion-de-viticultores/
¿Qué aprendizaje sacas de la crisis que vive el sector provocada por la pandemia? ¿Cómo ves el futuro?
Nosotros no hemos estado negativos en ningún momento. Nos hemos adaptado bien a no vender nada, lo hemos visto como un paréntesis. A mí me gustaría pensar que la gente se ha mentalizado un poquito más con el vecino, con echar una mano, ya no solo a nivel de producción, sino en cualquier cosa. A veces vivimos con un ritmo y esto nos ha hecho decir: respira, cálmate y dedícale el tiempo que requiere. Hay que frenar un poquito, dar las buenas horas y preguntar a la gente: “¿Cómo estás?”
Ahora toca esperar. Estamos ahí descansando, con muchísimas ganas, con nuevos proyectos. Me gustaría fomentar el enoturismo, que ya lo estamos haciendo desde hace cinco años. Ahora con la finca nueva tengo pensado hacer pícnics por determinadas zonas, una interpretación de paisajes con paseo… Sé que hay gente que la está pasando muy mal y no vamos a incidir en la llaga, pero en lo que podamos ayudar echamos una mano. Me ha gustado el paréntesis de respirar, de decir: “Estás ahí y vamos a ayudarnos entre todos”.
Estudiaste dirección de hotel y turismo en la UNED y estuviste varios años trabajando en este sector. Si te contactara un gran touroperador y tuvieras la posibilidad de volver ocupando un puesto importante, ¿dejarías la bodega?
Jamás la dejaría. He trabajado muchísimos años sin recibir un duro y probablemente en lo adelante nos toquen unos meses duros. Pero, esto no se puede hacer por dinero porque así no sale. Los pasitos que des te tienen que apasionar, te tiene que gustar, lo tienes que vivir. Por eso precisamente la gente me pregunta: “¿Cuándo libras?” ¿Librar por qué? ¿A qué estoy atada? Yo no siento que necesite librar, necesito trabajar y que salgan bien las cosas.
Jamás me iría por dinero, ni a un proyecto de un touroperador. Yo trabajé en turismo porque me gustaba mucho y me ha servido como complemento, para trabajar con gente, para coger recortes, para trabajar con jefes que me han machacado mucho, y ahora venir con más humildad, valorar mucho más las cosas, lo que cuesta sacar un proyecto adelante y agradecida. Yo me vuelco, en el trabajo no sé parar.
Tamara Cruz: razones para cambiar turismo por viticultura
Aunque sea dura la labor, Tamara prefiere el contacto con la tierra. Ya sea podando o deshojando, ella es feliz porque la tierra le aporta tranquilidad y estabilidad. A pesar de hablar con vehemencia de la comarca donde vive -Monte Lentiscal-, defiende la denominación de origen Gran Canaria porque “la isla es pequeñita y no hay que crear fronteras”.
Apuesta sin dudas por los vinos de la zona de Bandama; pero, como ella misma asegura, cada vez que se siente en la mesa de un restaurante preguntará si tienen un vino de Gran Canaria. “Ahora hay una viticultura totalmente diferente, cada bodega hace vinos distintos y eso es muy bonito y muy rico. Vamos a quitarnos un poco los estigmas, a abrir un poco la mente y probar cosas”, recalca. Los exquisitos tintos y blancos de la bodega Mondalón tienen ese sabor a isla volcánica y alisio; aunque no te lo cuenten en la etiqueta, doy fe de su calidad y también del trabajo encomiable de una mujer que cada jornada se deja la piel en su parcela.
Texto: Belkys Rodríguez Blanco
Fotos: Yaiza Mederos, Job Alejandro Gil, Airam González Domínguez y del FB de Bodegas Mondalón
Me llamo Belkys Rodríguez Blanco. Sí, un nombre muy parecido al de la reina de Saba, pero soy periodista. Me gradué en la Universidad de La Habana, en la era de la máquina de escribir alemana. Como el sentido común manda, me he reinventado en este fascinante mundo digital.
Escribo desde los once años y ahora soy una cuentacuentos que a veces se dedica al periodismo y, otras, a la literatura. Nací en Cuba, luego emigré a Islandia y ahora vivo en Gran Canaria. Estoy casada con un andaluz y tengo un hijo cubano-islandés. Me encantan los animales, la naturaleza y viajar. En resumen, soy una trotamundos que va contando historias entre islas.