A mí se me trata como al Pepito Pérez, que para todo vale de ejemplo y le da nombre a cualquier suponer. Servimos de comodín, el Pepito yo. Cualquiera podría decir, por ejemplo: «O lo haces tú o Rita la cantadora, pero lo quiero hecho»; vamos, que le importa un pito quién se lo haga. Como si una no fuera nadie, como quien dice la Zutana o la Perengana pero con nombre cristiano.
Yo, Rita Giménez García, que tuve nombre y apellidos, que nada más empezar con el cante y el baile en Jerez quitaba el sentido hasta que en Madrid me contrataron La Macarrona y Juan Breva. ¡La de tardes de aplausos que coseché entonces en el Café Romero, siendo tan jovencita! Pero las malas lenguas sacaron ese decir que me ha traído por la calle de la amargura, y todo por la maldita envidia…
Porque aquí no acaba la cosa. También se me nombra por todos los que no quieren pagar o cumplir con algo, o porque no es su obligación o porque se la pueden saltar… «Eso te lo va a dar Rita la Cantaora», o también como quien dice: «Pues ahora a ése le hace el favor Rita la Cantaora», o sea, que no se lo piensa hacer. Y este segundo papel sí que es una cruz que me tiene malquistada con todo el mundo. Vamos, para que me entendáis ustedes, imaginen que el granuja del Correa, que es un canalla, va y le dice a la gente, a todos los estafados que tiene por el mundo entero: «Ahora les paga Rita la Cantaora». Habría que ver el alboroto. Y lo mismo todos los bandoleros esos que han provocado las crisis y siguen cobrando cuartos como si no hubiera sino para ellos solos: «Se los devuelve Rita la Cantaora»…
Mira qué gracia. Y todo lo que viene después: ¿qué quién les va a dar crédito ahora en lugar los bancos? Rita. ¿Y quién les va a dar trabajo si lo pierden? Rita. Y así ha sido siempre, cargando sobre mí el mal sabor y la ira que provocan otros, ay Señor, y todo por triunfar como triunfé con Fosforito el Viejo y con la Coquinera en el Café del Gato, estando ya en mi esplendor… Que todo esto me pasa por buena, digo yo… Sí, sí, por buena, que hasta mi último espectáculo fue de beneficencia, y en el año 34, ¡con lo agitado que estaba todo y lo cansada que estaba una!
Pero bueno, bien pensado, casi es un honor porque ¿quién le va a dar alivio al desconsolado, al herido y al traicionado sino el cante? ¿Quién puede hacer olvidar las malas puñaladas sino esta voz y otras cantando así de sentidas? ¿A dónde se van a volver los ojos que no ven la salida, Señor, sino adonde oyen la guitarra y el quejido de voces que los comprendan?… Así que ya saben, cuando oigan que si Rita la Cantaora para acá o Rita la Cantadora para allá, no me maldigan. Piensen que aún les estoy cantando desde aquel Café de Magallanes, que fue el último que pisé.
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