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jueves, 21 noviembre 2024

Rebeca II

Han pasado muchos días desde que les hablé por primera vez de Rebeca y su rara enfermedad. La verdad es que he perdido un poco el hilo de la historia… Estos días de canícula castigan la isla sin misericordia y me cuesta mucho recordar; ya no les digo coger lápiz y papel y sentarme a escribir. Mi compañero de habitáculo me pidió prestada la Underwood y ha roto varias teclas… Dios mío, ¡qué torpe es!

¡Maldito calor y malditos sofocos menopáusicos! Bueno… que no cunda el pánico, como decía mi abuelita. Ángela Vicario tiene una voluntad de hierro y les contará qué pasó con Rebeca. Luego me tomaré unas vacaciones indefinidas, quizá hasta el invierno. Tal vez me compre un ordenador portátil y venda mi vieja máquina de escribir a algún anticuario. No me vendrá nada mal ganar un dinerillo. Todo el mundo sabe que de contar cuentos no se vive…

Pues sí, amigos y amigas, la niña de carita angelical se había transformado en una especie de monstruo de feria. La abuela se recluyó en su habitación y, presa del mutismo y la desolación, estuvo una semana sin probar bocado. Los familiares abandonaron a toda prisa la casa y cada estancia se hundió en un silencio insondable. Las malas lenguas decían que era una tara familiar. Vecinos y amigos dejaron de visitar la casona de la calle Galeón. Los padres, desconcertados, aceptaron la situación y se prepararon para cargar con aquella cruz. La única esperanza era que algún médico pudiera devolverle a Rebeca su antigua apariencia.

«la niña de carita angelical se había transformado en una especie de monstruo de feria»

Rebeca. Foto: Depositsphotos

Ni colegio ni amigos. La niña se acostumbró a estudiar en casa y a jugar sola. Hasta el perro se escondía tembloroso debajo de la cama cuando la veía venir. Sus padres se gastaron una fortuna en remedios y cirugías, pero nada funcionaba. Cuando cumplió los 15 años, harta de hospitales y médicos, Rebeca decidió comprarse un vestido y salir a dar un paseo. Sus progenitores, horrorizados, intentaron impedir semejante desatino, sin embargo, ella estaba preparada para el rechazo social.

Y así conoció a Sergio, un chico de barrio, alegre, dicharachero y pecoso que quería ser actor. Una semana antes de desatarse la epidemia, se encontraron en el parque del pueblo. Él repasaba el texto de Sueño de una noche de verano para presentarse a una prueba. Ella se acercó al banco donde estaba sentado y de inmediato el corazón le dio una patada de mulo en el pecho. Él levantó la vista, sonrió y la invitó a sentarse.

Rebeca: «No volveré a estar confinada»

“Si aquel virus no me mató, este no me hará ni cosquillas. No volveré a estar confinada en esta maldita casa. Prefiero morir. Tengo que ver a Sergio. No me quedaré para vestir santos, como dice la abuela. Sé que me ama y me acepta como soy. Sí, doctor, me cogió la mano aquel día en el parque y me dijo que lo que importaba era la belleza en mi alma. No quiere el dinero de la familia. Será un actor muy famoso y rico, tiene mucho talento. A mis padres les importa un bledo mi felicidad, doctor. Solo quieren que permanezca virgen para siempre. Déjeme salir, por favor, he quedado con Sergio para ir a ver Lo que el viento se llevó. ¿No lo entiendes, hijo de puta? ¡El amor es más fuerte que ese virus de mierda!”.

Impertérrito, el psiquiatra se acercó a la cama donde yacía atada la joven. Rebeca se retorcía y lloraba como una cría. Con los ojos fuera de sus órbitas lanzó un escupitajo que fue a parar a unos pocos centímetros de la cara de hombre. “No puedo dejarte salir, querida, tú y yo somos los únicos que no hemos contraído el virus en este pueblo. Los señores que ves detrás de mí con mascarillas y trajes especiales, han venido desde muy lejos a sacarnos unas muestras de sangre para fabricar una vacuna que salvará a la humanidad. Nosotros sí que seremos muy famosos. Olvídate de ese noviete pobretón que solo quería aprovecharse de ti”. Terminando la frase, el psiquiatra sonrió con amabilidad y se dispuso a ponerle a su paciente la camisa de fuerza.

Si quieres conocer la primera parte de esta historia, pincha en este enlace: https://www.landbactual.com/rebeca/

Fotos: Matias Eduardo/Depositsphotos

Ángela Vicario
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