Andamos documentándonos sobre la maternidad y, entre tanto artículo de investigación, me he acordado de mis abuelas. Mi abuela materna, Narcisa, tuvo siete hijos y mi abuela paterna, Manola, tuvo siete hijos. Una curiosa casualidad.
Dos mujeres con las que prácticamente me crié durante los primeros 14 años de mi vida y a las que estaré eternamente agradecida. Ambas nacieron en Gran Canaria allá por los años 30 y empezaron a ser madres cuando pasaron la veintenta.
En la España de principios del siglo XX, las mujeres normalmente no cuestionaban su maternidad, era algo para lo que estaban biológicamente preparadas. Además, eran educadas en lo femenino; es decir, para adoptar el rol de ama de casa, cuidadora y esposa. Un rol que pasaba de generación en generación. Este patrón las mantenía en la esfera de lo privado, apartándolas de la posibilidad de ganarse la vida de manera autónoma, de entrar en contacto con la vida académica, política o cultural y de escoger un camino diferente al del hogar.
Mis abuelas, como muchas abuelas, no tuvieron la oportunidad de elegir si querían o no querían ser madres. Y, si tenían la oportunidad de elegir serlo, pocas veces podían determinar cuántos hijos querían tener.
“En aquella época no había métodos para no quedarse embarazada. Lo que el hombre quería era lo se hacía”. Así me lo cuenta mi abuela materna, que este año cumple la friolera de 84 años.
Ella tuvo suerte porque siempre quiso tener hijos e, incluso, le gustaban las tareas de la casa y las labores de crianza. Sin embargo, mi abuelo era el que decidía unilateralmente cómo iba a ser la estructura familiar, sin tener en cuenta el trabajo doméstico que eso requería o la carga emocional que significaba para mi abuela sentirse incomprendida por la persona con la que compartía la vida.
Mis abuelas, como muchas abuelas, no tuvieron la oportunidad de elegir si querían o no querían ser madres
Cuando hablo con ella hoy me dice que los dos tenían que haberse sentado a planificar qué tipo de familia querían crear. Para ella esa opción no fue posible.
Los cuatro primeros hijos los tuvo con un año de diferencia. Me atrevería a decir que los tuvo de esa forma casi por imposición, porque su marido nunca le preguntó qué quería ella; una imposición que, además, estaba amparada por las leyes y por la sociedad.
Narcisa, historia de una madre
El Estado ya se había encargado de que las mujeres asumieran que su misión era ocuparse de los asuntos de la casa, invalidándolas para cualquier otro quehacer. “Hoy estamos bien, gracias a Dios pero, si hubiera nacido en otra época, hubiera tomado algo para, al menos, no tenerlos tan seguidos”, dice.
Cuando tuvo a su séptima hija mi abuelo se marchó de casa. Mi abuela se quedó a cargo de siete criaturas, sin dinero en los bolsillos y sin formación que le facilitara encontrar un empleo. “A los cuarenta años no tuve más remedio que buscar la forma de trabajar para sacar adelante a mi familia”, cuenta, «así que hice un curso de salvamento y socorrismo y otro de auxiliar de clínica».
Mi abuela tuvo mucho coraje. Desafió las reglas establecidas y empezó a formarse para conseguir un buen trabajo que le permitiera vivir. O, al menos, sobrevivir. Aunque no lo tuvo tan fácil.
“Me costó mucho encontrar trabajo en clínicas privadas porque cuando decía el número de hijos que tenía, ya no me llamaban”, explica un poco molesta porque asegura que ella faltó menos al trabajo que otras mujeres que tenían menos hijos.
Poco tiempo después y gracias a un vecino, consiguió trabajo como auxiliar en el antiguo Hospital Psiquiátrico de Las Palmas, donde desempeñó funciones de atención a los pacientes durante 21 años.
Mi abuela tuvo que conciliar la vida laboral con su vida familiar sola durante muchos años, con todo lo que eso supone. La conciliación se hacía imposible porque, muchas veces, pasaba hasta doce horas fuera de casa. Y por eso, aunque lo hizo lo mejor que pudo, siempre me dice que le queda la pena de no haber pasado más tiempo con sus hijos y de “haber cargado a sus hijas con el cuidado de sus hermanos”.
Y yo me pregunto: ¿qué culpa tendrá ella? Si en pleno siglo XXI es imposible conciliar el mundo laboral con el familiar, ¿cómo lo iba a hacer una mujer sola con siete hijos en aquella época?
Mi abuela NO PUDO vivir una maternidad libre y consciente
Aún hoy, cuando me habla de su maternidad y de su vida de casada, lo hace con cierto recelo, como si tuviera que mantener una postura políticamente correcta; la postura de la buena madre y la buena esposa. Aquella mujer que les enseñaron a ser y que aún, a veces, nos pesa como una losa a las mujeres del siglo XXI. Una mujer callada, obediente y comprensiva encargada de transmitir los valores morales dictados por la sociedad a las generaciones venideras.
Mi abuela no pudo vivir una maternidad libre y consciente. Pero ahora puede ser crítica con aquel sistema que imponía la maternidad y los cuidados como algo propio de las mujeres. Una concepción que, en realidad, se basaba en una construcción histórica, religiosa, política y cultural para limitar su libertad y perpetuar el estatus del hombre, de lo masculino, en la sociedad imperante.
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Fotos: Narcisa
Me llamo Yaiza Mederos Norro y nací en Gran Canaria en 1982, tierra donde me he criado. Aunque sé que soy de aquí y de ninguna parte, me siento isleña de corazón, quizás por eso cuando estoy lejos del mar parece que me falta algo. Las mujeres de mi familia, por las que siento un profundo respeto, han sido mi referente en la vida. He margullado toda mi vida entre palabras e imágenes, mis dos grandes pasiones. Llevo casi diez años trabajando como periodista y reportera gráfica en medios de comunicación y en agencias de publicidad. Me encanta la Naturaleza, escribir y viajar. Creo firmemente que la educación, la autocrítica y el amor son aspectos fundamentales para transformar el mundo en algo mejor.