Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto es el título de una producción cinematográfica hispano-mexicana estrenada en 1995 y protagonizada por Victoria Abril y Pilar Bardem. El film relata las vicisitudes de Gloria, una española residente en México, que tiene la mala fortuna de presenciar un tiroteo entre policías y un clan de mafiosos, lo que le supone que sea perseguida por un sicario con la orden de asesinarla. Total, es solo una mujer que estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Basta con hacerla desaparecer. Hacer como si nunca hubiera existido.
«No hablar de alguien, en nuestro caso, de las escritoras, es sentenciarlas al ostracismo»
Lo que le pasa a la Gloria de ficción es exactamente lo que le ha pasado a tantas y tantas mujeres reales a lo largo de la historia de la humanidad. Hablo de la ausencia, de la indiferencia, del ocultamiento, del borrado sistemático e interesado de sus nombres. Desde luego podría poner muchos ejemplos de muchas mujeres en todos los campos, desde el científico al filosófico pasando por el artístico y el intelectual, pero en este artículo me voy a referir al ámbito que personalmente más me apasiona: el literario.
A nadie se le escapa que la forma más efectiva de hacer ‘desaparecer’ a una persona es simplemente dejar de nombrarla. No hablar de alguien, en nuestro caso, de las escritoras, es sentenciarlas al ostracismo, a la más profunda de las oscuridades; es negarle la existencia, arrebatarles el espacio que se merecen, por el solo hecho de ser mujer.
Solo hay que echar un poco la vista hacia atrás en la historia de la literatura para confirmarlo. Ahí tenemos a literatas a las que se las ha ‘invitado’ a no escribir porque ‘la literatura no puede de ser el objetivo de una mujer’ como le dijera el poeta Southey a una joven Charlotte Brontë; o a quienes se han visto obligabas a usar pseudónimos para poder publicar como nuestras Cecilia Böhl de Faber y Larrea quien publicó sus primeras novelas como Fernán Caballero, o Caterina Albert quien firmaba como Víctor Catalá.
O las hay a quienes sus maridos, padres o hermanos hurtaban sin pudor la autoría de sus obras, ahí tenemos el ejemplo de la francesa Collette o la olvidada española María Lejárraga. Y también están a quienes se les niega directamente el volumen de venta de sus obras como ha pasado con la asturiana Corín Tellado, quien publicó más de 5.000 novelas de las que se vendieron 400 millones de ejemplares siendo la escritora más leída en nuestro país después de Miguel de Cervantes.
Y luego está lo más drástico: la muerte. Y ya nadie hablará de ellas; y mucho menos, de su legado literario. Y así es como acaban ocupando la parte más oscura y llena de polvo de las bibliotecas, si es que han tenido la fortuna de haber visto su obra impresa alguna vez. Pis pas, se acabó.
Lo bueno de esta historia es que, a veces, surgen otras personas que quieren revertir esa injusta realidad. Mujeres que sí que apuestan por nombrar a otras mujeres, impidiendo que sus obras y sus nombres permanezcan en el olvido.
De hecho, en los últimos años han surgido diversos trabajos escritos por mujeres centrados en recuperar la voz de otras mujeres. Por cierto, ¿no les resulta curioso que sean precisamente las mujeres quienes lideran este tipo de iniciativas? Saquen sus propias conclusiones.
«es la mujer quien más consume literatura»
Ejemplos de trabajos publicados con el fin de visibilizar, recuperar y nombrar a buena parte de estas olvidadas de la literatura son, por reseñar algunos pocos, ‘Historia de mujeres y algo más’ (Debolsillo, 1995) de Rosa Montero; ‘30 maneras de quitarse el sombrero’ (Seix Barral, 2018), de Elvira Lindo; ‘Wonderwomen. 35 retratos de mujeres fascinantes’ (Sd-edicions, 2016), de Ángeles Cabré, en el que se recogen biografías no solo de literatas sino de mujeres de diferentes disciplinas artísticas; ‘El Coloquio de las perras’ (Capitán Swing, 2019), de Luna Miguel, sobre literatas hispanoamericanas; ‘Mujerío Poético’ (Editorial Puentepalo 2019) de Maribel Lacave o la ‘Antología de poetas españolas. De la Generación del 27 al siglo XV’ publicado por la Editorial Alba (2018).
En Canarias contamos también con algunos interesantes trabajos surgidos de este mismo ímpetu, tales como la ‘Antología de 100 Escritoras canarias’ (Mercurio Editorial, 2020), de María del Carmen Reina Jiménez; ‘Escritoras canarias del siglo XX. De la Invisibilidad al reconocimiento’ de Yasmina Romero y Alba Sabina, (Ediciones La Palma, 2019) así como el ‘Diccionario de escritoras canarias del siglo XX’ (Ediciones Idea, 2008) y el volumen ‘Escritoras canarias del siglo XX’ (Cabildo de Gran Canaria, 2003), ambos de la profesora Blanca Hernández.
Lo lamentable es que hemos tenido que esperar hasta bien entrado el siglo XXI para que este esfuerzo por visibilizar la creatividad literaria femenina haya sido tenido en cuenta por el mundo editorial, que, de repente, ha descubierto que escribir de y sobre mujeres también vende. No en vano es la mujer quien más consume literatura.
Son pasos pequeños, desde luego, y personalmente agradezco enormemente a todas esas mujeres que se han puesto al frente de este empeño de recuperación aunque me temo que la obra de muchas escritoras quedará sumida en el olvido para siempre.
A pesar de ello, me gusta pensar que la tendencia varía y que, poco a poco, hay una apuesta seria por recuperar la obra y voz literaria de las mujeres surgida, no nos engañemos, por petición de las mismas mujeres que necesitan, necesitamos, contar con los referentes de nuestras madres simbólicas, parafraseando a la ensayista y feminista Adrienne Rich.
Por todo lo expuesto, a la premisa que encabeza este artículo de opinión, Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, respondo que se equivocan: que sí hablarán, hablaremos las demás por ellas porque mucho me temo que, de lo contrario, nadie lo hará.
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Fotos: ATRES Player/La Vanguardia/Infobae/The Daily CAV