Amalia sabe que los trolls navideños han venido también este año. Aunque no puso el zapato en la ventana, encendió las luces de colores para que estos singulares caballeros encontraran el camino. Esté donde esté ella siempre los espera. Ellos lo saben y por eso no faltan a la cita anual con la niña pelirroja que, aunque nació en una isla del Caribe, siempre quiso recorrer el mundo, especialmente un territorio helado donde los volcanes rugen y la aurora boreal colorea el cielo durante las noches más frías y despejadas. Allí conoció a los trece caballeros de la Navidad.
Jamás había oído hablar de ellos hasta que una noche, víspera de Nochebuena, desembarcó en el puerto de Reykjavík. Ella venía buscando al señor regordete, el de la barba blanca, para fotografiarse junto a él y así demostrar a sus amigos que Papá Noel era real. Sin embargo, antes de abandonar el barco, una criatura muy extraña que decía llamarse Kertasníkir, el que enciende las velas, apareció de repente y le provocó un susto de muerte. A pesar de ser islandés, le habló en perfecto español. Era un troll políglota. Fascinada por las luces que portaba aquel caballero, Amalia se sentó junto a él para escuchar cómo celebraban en Islandia la Navidad:
«Jamás había oído hablar de ellos hasta que una noche, víspera de Nochebuena, desembarcó en el puerto de Reykjavík»
“Papá Noel no es islandés. Trece son los Santas que, por supuesto, tienen madre, padre y un gato negro, de grandes colmillos que aterroriza a los niños -el troll se quedó pensativo, observando un punto en la distancia y luego continuó con su historia-. Vamos bajando de uno en uno desde las gélidas montañas a partir del 12 de diciembre para hacer travesuras y dejar a los niños regalos en sus zapatos. Bueno, debo aclarar que solo son pequeños detalles, si se han portado bien. A los desobedientes les ponemos papas” -Kertasníkir hizo otra pausa y sonrió con picardía.
“Jólasveinar nos llaman en islandés. Stekkjarstaur -el Patas de Palo- es el primero. Grýla, nuestra querida madre, le advierte siempre que no se despiste y en vez de coger el camino a la ciudad, se vaya derecho al volcán que custodia las islas de sur, ese que provocó el caos aéreo hace unos años…Bueno, esa es otra historia…
A lo que íbamos: luego llegan Giljagaur, el que roba la leche en el establo; Stúfur, el que raspa los restos de la comida en las sartenes; Thörusleikir y Pottaskefill , a quienes les encanta llevarse las cazuelas de la cocina para saborear los restos de los alimentos y Askasleikir, el que lame los platos de los perros y los gatos” -el cuentacuentos navideño se quedó mirando el gesto de incredulidad de Amalia y volvió a sonreír.
“Sé lo que estás pensando, niña pelirroja. Un poco gamberros sí que son estos. Se aburren mucho durante todo el año en los inhóspitos lugares donde vivimos y, claro, en cuanto ven las casas con sus grandes ventanales iluminados, los candelabros de Adviento y la comida navideña, se desmadran un poco. Todo ha de ser dicho.
Pero bueno, a lo que íbamos: el séptimo, Hurdaskellir, no es tan glotón como sus hermanos, a él le parece lo más divertido del mundo tirar las puertas para asustar a la gente. Skyrgámur es el que más disfruta comiéndose el requesón; Bjúgnakraekir devora las salchichas; Gluggagaegir asoma su fea nariz por la ventana y se lleva los juguetes; Gáttathefur corre detrás de olor de las tartas navideñas; Ketkrókur anda de puntillas en la cocina, listo para sacar de los ganchos la carne de cordero y, por último, llega un servidor, el más listo y refinado de todos y ¡zas! se encienden las velas en Navidad”.
Amalia sonrió divertida. Nunca había conocido a una criatura tan presuntuosa. Kertasníkir la observaba de reojo mientras en el cielo polar el vestido de una hermosa dama ondulaba y cambiaba de color. Era Freya, la reina de la aurora boreal. La mujer la miró atentamente y la niña sintió nostalgia. Estaba muy lejos de casa y de sus seres queridos.
Como si hubiera adivinado sus pensamientos, Kertasníkir carraspeó y extendió la mano ofreciéndole un dulce navideño. “Es una galleta de jengibre y la llamamos piparkökur. Te invito a conocer a mis hermanos. Mañana celebraremos juntos la cena de Navidad. Habrá dulces, música y regalos”, dijo mientras se sacudía de su traje rojo brillante los copos de nieve que habían comenzado a pintar de blanco los cabellos de la niña que había llegado desde una isla del Caribe.
Ahora que ya es mayor, los recuerdos de su primera Navidad llegan como una traviesa ráfaga de viento polar que despeina su cabellera encanecida. Ha dejado de poner el zapato en la ventana, pero las luces nunca faltan porque los singulares caballeros podrían despistarse y perderse en la inmensidad del Atlántico. Hoy, en el día de Navidad, camina despacio por la orilla de la playa de Las Canteras, en la isla de Gran Canaria. El mar le acaricia los tobillos y desde la fina línea del horizonte el gigante Teide la sigue atento con la mirada.
La noche llega sigilosa y las primeras estrellas se asoman tímidamente. Amalia alza la vista, piensa en Freya y en su vestido ondulante y multicolor. Echa de menos la danza de las luces del norte. Instintivamente, busca el colgante con la runa y aprieta con fuerza la piedra profética. El arrullo del mar la adormece, la estrella del amanecer la arropa. Kertasníkir le acaricia la mejilla, apaga las velas y emprende el camino de vuelta a casa. Sus hermanos lo esperan impacientes. Cuando el color rojo se extinga en el vestido de la reina de la aurora boreal la Navidad habrá llegado a su fin.
Si quieres conocer más sobre Islandia, pincha en este enlace: https://www.landbactual.com/una-historia-de-fuego-y-hielo/
Fotos: ilustraciones del libro «Jólin Okkar» de Brian Pilkington y Jóhannes úr Kötlum/ ilustración de portada del libro «El sueño de Amalia» de Tania Coello
Me llamo Belkys Rodríguez Blanco. Sí, un nombre muy parecido al de la reina de Saba, pero soy periodista. Me gradué en la Universidad de La Habana, en la era de la máquina de escribir alemana. Como el sentido común manda, me he reinventado en este fascinante mundo digital.
Escribo desde los once años y ahora soy una cuentacuentos que a veces se dedica al periodismo y, otras, a la literatura. Nací en Cuba, luego emigré a Islandia y ahora vivo en Gran Canaria. Estoy casada con un andaluz y tengo un hijo cubano-islandés. Me encantan los animales, la naturaleza y viajar. En resumen, soy una trotamundos que va contando historias entre islas.