Lo veía todos los días sentado en el mismo banco del parque leyendo un libro mientras yo paseaba a mis perros. A las diez en punto de la mañana llegaba y, antes de comenzar la lectura, se quedaba mirando a lo lejos como si quisiera capturar alguna imagen perdida en la maraña del tiempo. Un día frío de diciembre reparó en mí, se quedó observándome y sonrió con cierta tristeza. Instintivamente levanté la mano y lo saludé. Algo en su rostro me era familiar.
«Vi un enorme saco de cebollas que se mecía pausadamente sobre la cabeza de aquella niña»
No sabía por qué, pero necesitaba contarme una anécdota de su pasado. Dijo que yo tenía manos de escritora. Sonreí y acepté tomarme un café con él. Efectivamente, yo tenía cierta manía de contar historias. Había creado un blog donde daba rienda suelta a la traviesa imaginación. Él tenía una historia, real como la vida misma, conmovedora…
Me contó que era médico y que hacía más de cuarenta años había trabajado en “un país de leyendas, tierra de Las mil y una noches”. Con frecuencia iba a su consulta una joven que, como secuela de una enfermedad pasada, tenía una pierna inútil. Para poder andar, usaba un palo con forma de Y en su extremo, a modo de muleta.
A pesar de su discapacidad, “la muchacha era bella. No podía ver su pelo pues lo llevaba cubierto con un pañuelo, pero de sus ojos, negros como azabaches, brotaba una ingenua dulzura en medio de una escondida tristeza”, me contó y luego mi amigo se quedó mirando a una niña que se columpiaba y reía muy cerca de nosotros. La joven del relato iba a su consulta porque le dolían los hombros, como consecuencia del uso de aquel artilugio.
“Entraba un día en el pueblo en un autobús cuando veo por la calle, a la altura de mi ventanilla, un enorme saco de cebollas que se mecía pausadamente sobre la cabeza de aquella niña de ojos dulces”, hizo una pausa y nuevamente se quedó mirando a otro niño que jugaba con una pelota. “No lo podía creer. Había visto mujeres llevando sobre sus cabezas cargas pesadas. Era y quizá siga siendo algo muy cotidiano en ese lugar, pero aquella niña con discapacidad, con el saco en la cabeza, era una imagen desgarradora”.
«La pobreza obliga a más de 150 millones de niños y niñas en todo el mundo a trabajar para sobrevivir»
No quiso revelarme el nombre de la chica, así que me inventé uno. Amira volvió a la consulta pocos días después y el médico intentó hablar sobre el tema. Ella no tenía dinero para comprar una muleta, entonces él estuvo consultando una revista Reader Digest donde explicaban una manera fácil de construirla. Se fue a la casa de un carpintero, le mostró el esquema y acordaron un precio. Sólo faltaba la talla. Esperó con alegría a que la niña acudiera a su consulta para darle la buena noticia. Esperó durante muchos días, pero ella no volvió.
“Pregunté al portero de la clínica que la conocía bien y casi con miedo me respondió que el carpintero se lo había dicho al padre y este le prohibió a la chica que volviera a mi consulta. Después, cada vez que veía un saco de cebollas balanceándose, buscaba sus ojos negros. No los vi nunca más”, al concluir la frase vi que tenía lágrimas en los ojos. “Con la edad me he vuelto sentimental”, se enjugó las lágrimas, me estrechó la mano y se marchó. No volví a verlo en aquel parque donde iba de paseo cada día con mis perros.
Según el periódico La Vanguardia, la pobreza obliga a más de 150 millones de niños y niñas en todo el mundo a trabajar para sobrevivir. A Amira la obligaban a llevar una carga pesada sobre su cabeza a pesar de que tenía una discapacidad. Más triste aún. Esto la privaba de su dignidad y resultaba perjudicial para su desarrollo físico y psicológico, según expresa la Organización Mundial del Trabajo. Los niños y las niñas deben jugar y estudiar. Es un derecho fundamental del que Amira nunca disfrutó.
Sobre el tema de la situación de las niñas en el tercer mundo, consulta este artículo publicado por nuestra revista: https://www.landbactual.com/que-habra-sido-de-maria/
Texto: Belkys Rodríguez Blanco. Basado en una historia real.
Fotos: Acnur, Upsocl, La Vanguardia, AnnurTV y La Voz de Galicia
Me llamo Belkys Rodríguez Blanco. Sí, un nombre muy parecido al de la reina de Saba, pero soy periodista. Me gradué en la Universidad de La Habana, en la era de la máquina de escribir alemana. Como el sentido común manda, me he reinventado en este fascinante mundo digital.
Escribo desde los once años y ahora soy una cuentacuentos que a veces se dedica al periodismo y, otras, a la literatura. Nací en Cuba, luego emigré a Islandia y ahora vivo en Gran Canaria. Estoy casada con un andaluz y tengo un hijo cubano-islandés. Me encantan los animales, la naturaleza y viajar. En resumen, soy una trotamundos que va contando historias entre islas.
Que triste realidad para tantos niños. Recuerdo decir a mi madre aquello de «hay que tener suerte hasta para nacer» que gran verdad. Gracias por compartir esta historia.
Así es, Noelia. Muy triste y muchos miran para otro lado y fingen que no existe. Gracias a ti por seguirnos.