Alabado sea el cielo, aún no se me asocia con los bombardeos, las invasiones, los tanques ni los suelos sembrados de bombas. Cuando la gente dice “se armó La Gorda” apenas se refiere -y ello no es poco- a trifulcas callejeras, domésticas, laborales o al estallido de escándalos de importancia local. Más que bélico, soy un caso de orden público o vecinal, y esto tirando a mucho.
«mientras los gordos representan la bonachonería apacible, a las gordas nos ven como mal encaradas»
Antes se me llamaba La Mari Morena, y bien que me gustaba aquel nombre. O La de San Quintín, también, y era gracioso. Últimamente algunos castizos me aluden como La de Dios es Cristo, aunque eso ya me gusta menos. Pero aparte de esas opciones, desde que Hollywood produjo la película conocida aquí como “Se armó la gorda”, no hago sino coger volumen. Y, como ven, además de un posible caso de orden público o bufete de abogados, también soy asunto filológico.
Lo que no me parece justo es que mientras los gordos representan la bonachonería apacible, la sociabilidad y hasta el mayor premio de la Lotería, a las gordas en cambio nos vean como mal encaradas y pendencieras potenciales. No lo puedo entender, entre otros muchos motivos, porque la capacidad hospitalaria y balsámica de nuestras morbideces quedó ya magníficamente detallada en Las Mil y Una Noches, hace cientos de años; ¡hay que ver cuánta ignorancia!
Ya sé que ciertas mentes fantasiosas dan por seguro que un temperamento incendiario es garantía de lubricidad frenética, así pues tengo yo mi sospechas de que quienes nos han colgado el estigma de seres prestos a armarse como tiránicas intratables son varones que se complacen en armarnos para desarmarnos después, imaginándonos en el despojo paulatino de armas y correaje: una bandolera que cae por aquí, otra que me quito por el otro lado, el cinto al suelo con un ágil contoneo de caderas… ¡En fin!
Y, aparte de todo eso, en lo que sobrevuelo el mapa veo un sinfín de broncas, epidemias y conflictos de los que ni siquiera estaba enterada, y yo no podría montar todo eso por mucho que me armara hasta los dientes. Por donde quiera veo a los seres humanos cada vez más faltones y congestionados. Será ese empeño en mantener la línea a toda costa, digo yo, lo que los tiene de ese modo.
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Fotos: Pinturas de Fernando Botero