Buscando información sobre el papel que han desempeñado las mujeres en el terreno científico constato que sus aportaciones han sido valiosas pero, indiscutiblemente, no han gozado de las mismas oportunidades que los hombres para desarrollarse en las diferentes profesiones relacionadas con el mundo de la ciencia. El blog especializado Mujeres con ciencia asegura que este desequilibrio se viene produciendo desde hace mucho tiempo y «no cabe aducir que es la consecuencia de un estado de cosas en épocas pasadas y que desaparecerá, sin más, en unos años».
En este sentido, la web ONU Mujeres destaca que la influencia permanente de los sesgos de género ha excluido a las mujeres y a las niñas de las áreas de las ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas (CTIM o STEM, por sus siglas en inglés). Afirman que «el acceso desigual a la educación, a las tecnologías y a los puestos de liderazgo ha obstaculizado las posibilidades de incontables brillantes mentes femeninas en carreras de STEM y ha estancado su progreso». Sin embargo, el talento y la perseverancia de algunas féminas han situado sus nombres en la cumbre del panorama científico.
«los sesgos de género han excluido a las mujeres y a las niñas de las áreas de las ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas»
De los innumerables ejemplos, voy a referirme a dos mujeres: la primera ha acaparado recientemente los titulares de los periódicos: Katalin Karikó. Nacida en una pequeña ciudad húngara, cuentan que creció en una casa de adobe, sin agua corriente ni electricidad. Ella misma asegura que mientras su padre desempeñaba el oficio de carnicero, observaba los órganos de los animales y quizás fue esa la causa del despertar de su vena científica.
Lo cierto es que Katalin estudió Biología en la Hungría comunista y ante la imposibilidad de trabajar en países europeos, cuando se le presentó la oportunidad de realizar un doctorado en Estados Unidos en 1985, decidió no utilizar el billete de vuelta a su país natal. La prensa habla de ella como una de las científicas más influyentes del planeta y desvela que ha pasado 40 años trabajando en la sombra y desarrollando avances importantes para las vacunas de Moderna y BioNTech.
La idea de Karikó de hacer tratamientos e inyecciones basadas en la molécula del ARN, la misma que usan las de estos laboratorios contra el coronavirus, no recibió apoyo. Sus intentos por obtener financiación de compañías farmacéuticas e instituciones fueron en vano. Irónicamente Moderna y BioNTech han recibido cientos de millones de euros de fondos públicos para desarrollar en tiempo récord sus vacunas de ARN mensajero, según comenta el diario El País.
En 2013, tras casi 40 años de trabajo prácticamente anónimo, la bioquímica fue fichada por BioNTech, compañía de la que es hoy vicepresidenta. «Sentí que era el momento de cambiar y pensé que podía aceptar el puesto para asegurarme de que las cosas iban en la dirección correcta», ha declarado Karikó.
Está segura de que las vacunas nos librarán de la pandemia y de que en el verano la vida volverá a la normalidad. Entiende que muchas personas tengan dudas sobre estos fármacos «porque nunca se había aprobado una vacuna basada en ARN. Pero los prototipos llevan usándose más de 10 años, por ejemplo contra el cáncer, en ensayos clínicos, y han resultado seguras», puntualiza. Hay quien aboga porque esta mujer reciba el Nobel de Química.
Katalin y Segenet: La ciencia es también un mundo de mujeres
Segenet Kelemu es una botánica etíope que opina que los insectos son una oportunidad para el desarrollo de África. Creció en el seno de una familia de agricultores de escasos recursos y fue la primera mujer de su región en obtener un diploma universitario. Tenía claro que estudiaría costara lo que costara. «En mi aldea, las niñas se casan muy jóvenes, pero por suerte fui demasiado rebelde para que alguien arreglara un matrimonio para mí», declaró en una ocasión.
Kelemu es miembro de la Academia Africana de Ciencias y en 2011 se convirtió en la primera mujer del continente africano en recibir un galardón de la Academia de Ciencias del Tercer Mundo. En 2014 le fue otorgado el Premio L’Oréal-UNESCO a Mujeres en Ciencia, reconocimiento que busca mejorar la visibilidad de las féminas que han realizado importantes contribuciones al progreso científico.
La botánica etíope regresó a África después de 25 años trabajando en centros de investigación en Estados Unidos y Colombia. Dirige el Centro Internacional de Fisiología y Patología de los Insectos (ICIPE) en Nairobi, Kenia. Esta institución ha descubierto cómo criar grillos, langostas y el carísimo saltamonte verde, después de que Kelemu tomara las riendas en 2013 y apostara por estudiar los insectos comestibles.
«En el fondo de mi mente, siempre estaba mi poblado. Había hecho muchas cosas, pero casi nada para África», afirmó en una entrevista realizada por El Periódico. Quería, según sus propias palabras, hacer algo por las personas que, como sus padres, iban descalzos y compraron los lápices para que ella pudiera estudiar.
El blog ONU Mujeres asegura que «el mundo necesita más ciencia y la ciencia necesita a las mujeres y a las niñas». Tal vez la génesis del problema sea que, en muchas ocasiones, les hacen creer a las niñas que no son suficientemente inteligentes para incursionar en las áreas de las ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM), que es un mundo de varones porque ellos tienen una inclinación natural para desarrollarse en estos campos. Dos planteamientos completamente erróneos. Katalin, Segenet y otras mujeres de ciencias lo han demostrado. Inventar una vacuna que devuelva la esperanza a la humanidad, desarrollar métodos alternativos de alimentación, explorar los océanos o viajar al espacio han dejado de ser, hace ya tiempo, asuntos que solo conciernen al sexo masculino.
Si quieres leer un artículo relacionado con las mujeres en la ciencia, pica en este enlace: https://www.landbactual.com/nomorematildas-la-ciencia-tambien-es-cosa-de-mujeres/
Fotos: Daria Koshkina/Mujeres con ciencia/Vozpópuli
Me llamo Belkys Rodríguez Blanco. Sí, un nombre muy parecido al de la reina de Saba, pero soy periodista. Me gradué en la Universidad de La Habana, en la era de la máquina de escribir alemana. Como el sentido común manda, me he reinventado en este fascinante mundo digital.
Escribo desde los once años y ahora soy una cuentacuentos que a veces se dedica al periodismo y, otras, a la literatura. Nací en Cuba, luego emigré a Islandia y ahora vivo en Gran Canaria. Estoy casada con un andaluz y tengo un hijo cubano-islandés. Me encantan los animales, la naturaleza y viajar. En resumen, soy una trotamundos que va contando historias entre islas.