Ólafsfjörður es una ciudad de poco más de 800 habitantes ubicada en el noroeste de Islandia. La pesca y el turismo son sus industrias principales. Allí vive y trabaja Ida Semey, una danesa que emigró a esta isla del norte del mundo por amor en el año 1988. A los 10 años de edad tuvo su primer encuentro con islandeses mientras viajaba con su abuela por Italia. Era un matrimonio de Akureyri que no podía tener hijos. Se encariñaron con la niña y, pensando que era huérfana, preguntaron a la abuela si podían adoptarla.
El joyero y la enfermera le escribían cartas a Ida y le enviaban libros sobre Islandia, discos y regalos de cumpleaños. Allí la llevó el destino y ahora comparte su vida con Bjarni, su marido, sus hijos, e imparte clases de español y danés en un instituto de Ólafsfjörður. Ha abierto además un restaurante-hostal donde trabaja como cocinera, el Kaffi Klara. En Tripadvisor, los viajeros puntúan muy bien las sopas, las tapas, los pasteles y la atención de Ida, Bjarni y Anna Kristín.
«Vivimos en un país con muy poca burocracia, comparado con España»
¿Cómo es la vida en un fiordo del norte?
En verano no es ningún problema, pero cuando hay mucha nieve y se cierran las carreteras es un poco difícil. Es muy tranquilo. Tenemos una piscina, hay asociaciones, hacemos cosas en Café Klara; hemos tenido conciertos, hay un museo y una asociación de rescate. Hay muchas cosas que se pueden hacer si uno quiere. Akureyri, la ciudad más importante del norte, está a una hora de aquí.
Te conviertes en emigrante desde muy joven. Por razones familiares te mudas a España y allí entras en contacto con el idioma y la cultura. ¿Qué recuerdos tienes de esa época de tu vida?
Mi padre era holandés y mi madre danesa. Mis padres se divorciaron cuando yo tenía 7 años y mi madre comenzó a vivir con un arquitecto; mi padrastro enfermó y como le sentaba mal el clima frío se mudaron a España, a Torrevieja.
Viví una época muy interesante en la historia de España que fue la muerte de Franco y la transición a la democracia. Estuve desde el año 74 hasta el 79. Cuando terminé el instituto tenía claro que no quería estudiar allí, no me veía en la sociedad española tal como era entonces. Siempre mantuvimos nuestra cultura en casa. Estudiaba el idioma, la historia y la literatura española, pero en casa estudiaba la filosofía y el arte danés. Nuestra casa era de mucha cultura; mi madre era profesora.
Otra razón por la que no quería estudiar en España era porque no había becas; tenía que depender totalmente de mis padres y no me parecía justo. En esa época en Dinamarca ya se podía obtener una beca, así que volví y estuve un año. Luego me mudé a Holanda y comencé los estudios en Lengua y Literatura Hispanoamericana en el año 81, hice el grado de profesora y terminé en el 88.
En Holanda, en el año 86, conocí a Bjarni. Él hablaba danés. Había ido para hacer un curso y yo daba clases de español para adultos. Llegué a Islandia en el 88 para estar medio año y terminar la tesina. Ese mismo año terminé la carrera y me marché allí definitivamente.
¿Se interesan los estudiantes islandeses por el idioma español?
Cuando llegué a Islandia era una lengua nueva a aprender a nivel de instituto, pero sí tenían bastante interés y en el tiempo que yo he estado dando clases, digamos que el español le ha ganado mucho al francés y al alemán -las tradicionales que aprenden como tercera lengua; aprenden danés, inglés y luego otro idioma extranjero. Todavía hoy sigue siendo el más popular. Para ellos es fácil aprender a pronunciarlo, no es como el francés que les cuesta la pronunciación.
¿Influye positivamente el aprendizaje de varios idiomas en el nivel académico?
Yo creo que sí. En mi caso, hablo seis idiomas. Te ayuda saber dos idiomas, aparte de tu lengua materna. La enseñanza de idiomas siempre se ha concentrado en aprender gramática, pero esta es solo una herramienta, no es un fin. Yo enseño gramática también pero es con el objetivo de que la puedan usar en otras cosas; les enseño vocabulario, a hacer frases, oraciones… Se trata de transmitir que es una cosa práctica, que tienen que saber cómo usar las herramientas.
Me contabas sobre un proyecto de intercambio con las Islas Canarias a través del cual los alumnos usan esas herramientas que les ofreces en tus clases. ¿En qué consiste?
Soy coordinadora de proyectos europeos y fue en Café Klara donde conocí a Goreti, la directora del instituto en Tías, Lanzarote, con la que estamos colaborando en un proyecto sobre gastronomía. Se llama en inglés: Let´s eat culture (Comamos cultura). Los alumnos que viven aquí en el norte cuando viajan al extranjero van a sitios muy turísticos, donde solo comen hamburguesas, pizzas.
Cuando los llevamos al extranjero intentamos ir a sitios donde no hay muchos turistas, entonces tienen que probar la comida local. Es delicado probar comida que uno no conoce y para muchos era super difícil al principio. Hice un módulo que se llama: ‘Comida y Cultura’ donde invito a gente extranjera a hacer comida en nuestra cocina y ha sido muy popular.
Ahí conocí a la directora del instituto y montamos un proyecto sobre turismo. Los alumnos fueron a Lanzarote y a Italia, y ahora estamos montando otro proyecto de Erasmus que se llama: ‘Comamos la cultura’, para a hablar sobre gastronomía local; vamos a cocinar, a aprender sobre los cultivos, etc. Aprender la cultura a través de la gastronomía. Pueden decir que no les gusta la comida, pero les enseño a probar y tienen que explicar por qué no les gusta. La idea es esa, enseñarles a hablar sobre las comidas, pero de una forma constructiva.
¿Cuál es el secreto del éxito de la educación en Islandia?
Vivimos en un país con muy poca burocracia, comparado con España, y con muy poca distancia social. No tenemos ese sentimiento de que yo soy profesor y tú el alumno, o sea, somos seres iguales. Creo que se está incorporando allí, porque cuando hablo con colegas en España es lo que quieren también. Es muy difícil porque es un paso que se tiene que dar a nivel institucional.
Un alumno está en el mismo nivel que yo, o sea, no soy más que esa persona. Mi función es asistirle, ayudarle a encontrar la información que necesita y a obtener las facilidades para aprender y estudiar. Nosotros estamos ahí para los alumnos y no ellos para nosotros.
Aquí tampoco hay educación privada, todo es público, con lo cual todos van en la misma dirección. Otra cosa interesante es que los institutos -en la educación secundaria- tienen bastante poder para formar su propia política educativa, decidir cómo quieren trabajar. No es tan rígido ni centralizado como en España que todo depende del Ministerio.
Por ejemplo, nosotros hacemos nuestros exámenes. Tenemos que cumplir con una serie de pautas, pero podemos hacer como queramos. Eso es típico islandés, no existe en Dinamarca, ni en Suecia, ni en Noruega. Nuestro instituto es único, creamos módulos de semestres en dependencia de lo que necesitan nuestros estudiantes. Mis alumnos que están aquí en Ólafsfjörður no tienen las mismas necesidades que los que están en Reykjavík. El material de mis estudiantes lo hacen ellos.
«No se ha tenido en cuenta guardar la historia de mujeres excepcionales que vivieron aquí desde finales del siglo XIX»
Además de un sistema educativo eficiente, se habla de Islandia como un ejemplo de igualdad de género. ¿Es realmente así?
La ley es así, lo que a veces cuesta es llevarla a cabo. Sí que se cumple más aquí que en otros países. Con todo el movimiento #MeToo que ha habido en muchas partes del mundo, en Islandia también se ha discutido mucho sobre la igualdad de género y se han aclarado muchas cosas.
En general, para todos los países es una cuestión cultural que cuesta cambiar. No sé hasta qué punto hay decretos de igualdad en todos los sitios de trabajo. También en nuestra escuela tenemos una política de cómo se tiene que trabajar la igualdad de género; por ejemplo, la directora siempre intenta mantener el equilibrio de géneros, porque en nuestro caso tiende a haber más mujeres que hombres en la educación. Se ha estado mirando, por ejemplo, el hecho de que muchos hombres por el mismo trabajo ganan más dinero, pero tiene que ver con que les dan más horas extra que a las mujeres y no se sabe exactamente por qué.
¿Te consideras feminista?
En casa podría ser más feminista (Ríe). Yo creo que sí. Por ejemplo, desde que empezó la Covid-19 he tenido la oportunidad de leer mucho sobre la historia de la emancipación de la mujer en Dinamarca. Es una época que no conocía mucho porque mis estudios fueron en España y Holanda. En esa época en que ocurre la emancipación, Islandia pertenecía a Dinamarca. Ese es otro proyecto en el que estoy trabajando ahora: revelar la historia de las mujeres de aquí del pueblo.
En un pueblo de pescadores como este, los hombres se iban a altamar y no volvían durante mucho tiempo. Solo se quedaban el cura, el médico y el alcalde. La gente que tiene 61 años como yo o más ha vivido esa época en que la vida diaria era la de las mujeres y los niños. Sin embargo, cuando vas al museo solo ves la historia de los hombres.
No se ha tenido en cuenta guardar la historia de mujeres excepcionales que vivieron aquí desde finales del siglo XIX y hasta bien entrado el siglo XX. Mujeres que fueron a educarse al extranjero, por ejemplo, una chica que a los 14 años empezó a trabajar y a hacer cursillos; durante la Primera Guerra Mundial se va un año y medio a Noruega a estudiar y aprende a colorear lana, pinta, y cuando vuelve enseña a la gente del pueblo a cocinar y monta un telar.
En los años 30, otra mujer se fue a Reykjavík para aprender el oficio de comadrona, porque morían muchos niños aquí y las comadronas no tenían ninguna educación; ella regresa convertida en una comadrona fantástica, incluso, cuando hay un problema el médico la consulta a ella. Son anécdotas que estamos intentando reunir para contar la historia del pueblo a través de las mujeres. Son historias que si no se reúnen se pierden.
Cuando le pregunto a Ida si cree en esas historias de trolls y elfos, tan arraigadas en el folclore islandés, ríe y confiesa que no sabe si creer o no, pero sabe que estas criaturas, invisibles para algunas miradas, están muy presentes en la vida de los habitantes de la isla de fuego y hielo.
“Hay muchas historias y leyendas en este pueblo, gente que lee la mano, las cartas y ve cosas que otros no ven. Yo no veo nada, pero ha venido gente de Dinamarca y me ha dicho que alrededor de Café Klara hay un montón de trolls”.
Incluso, una amiga suya estadounidense que vive en Ólafsfjörður deja plasmadas estas criaturas en las paredes de las casas. Entre la realidad y la leyenda se mueven las historias que Ida quiere contar. “A veces las mujeres también son trolls”, asegura esta danesa que vive en un fiordo del noroeste de Islandia, domina perfectamente el idioma español y reparte su tiempo entre la familia, la enseñanza y el arte culinario.
Si quieres conocer la historia de otra mujer migrante en Islandia, pincha en este enlace: https://www.landbactual.com/evelyn-rodriguez-la-primera-empresaria-latina-en-islandia/
Fotos: Cortesía de Ida Semey
Me llamo Belkys Rodríguez Blanco. Sí, un nombre muy parecido al de la reina de Saba, pero soy periodista. Me gradué en la Universidad de La Habana, en la era de la máquina de escribir alemana. Como el sentido común manda, me he reinventado en este fascinante mundo digital.
Escribo desde los once años y ahora soy una cuentacuentos que a veces se dedica al periodismo y, otras, a la literatura. Nací en Cuba, luego emigré a Islandia y ahora vivo en Gran Canaria. Estoy casada con un andaluz y tengo un hijo cubano-islandés. Me encantan los animales, la naturaleza y viajar. En resumen, soy una trotamundos que va contando historias entre islas.