En España, según la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2019, 1 de cada 2 mujeres (57,3%) de 16 o más años han sufrido algún tipo de violencia a lo largo de su vida por ser mujeres. Es decir, 11.688.411 de mujeres residentes en nuestro país. El porcentaje más alto lo componen las féminas que tienen entre 16 y 34 años. Hoy nos centraremos en un tipo de violencia de género que no deja huellas físicas, que muchas veces, demasiadas, pasa de puntillas y se vuelve invisible para la sociedad: la violencia de género psicológica.
Algunos expertos entrevistados por L&B Actual han opinado sobre el contexto en el que se genera la violencia, lo cual nos ha permitido reflexionar sobre las causas y consecuencias de esta lacra que perdura en la sociedad del siglo XXI.
Hoy les traemos el testimonio de una mujer víctima de violencia psicológica que ha querido compartir su experiencia con nosotras. No le pondremos rostro ni nombre para protegerla, sobre todo, de su maltratador. Solo desvelaremos que es profesora y tiene cuarenta y cinco años.
«En un principio son encantadores pero llevan escondido el control absoluto»
¿En qué momento saltan las alarmas indicándote que algo sucede en tu relación de pareja?
Cuando comienzo a entender que hay algo que no es normal, que se están dando una serie de situaciones y de actitudes de su parte que no las había mostrado antes. Me parecían actitudes de niño pequeño, caprichoso, fuera de lugar. Ahí empecé a notar que algo no iba bien, pero no lo identificas como un maltrato en sí, no tomé conciencia; sabía que algo sucedía, sin embargo, no lo podía etiquetar. Comienzas a desencajarte pensando: “Esto no es normal, a qué viene esto ahora, por qué no se había mostrado antes, por qué ahora, si yo sigo siendo la misma”. Notas que algo pasa, pero no sabes lo que te espera.
¿Cómo cambia tu relación a partir de este momento?
Gastaba mis energías intentando hacerle ver que todos sus pensamientos eran equivocados. Él tenía la habilidad de darle un giro a las situaciones que hasta me confundía a mí, me hacía creer que lo que él decía tenía mucho más sentido. De la manera en que él lo exponía me hacía sentir culpable. Fueron largas noches de desvelo, hablando, haciéndole entender que estaba equivocado. Ahí tampoco tomé conciencia de que era maltrato.
Te dedicas a aceptar a la gente tal y como es, a tratar de entender; crees que con tu paciencia y tu manera de ver las cosas él cambiará su modo de verlas. Tomé conciencia cuando vi que las situaciones se repetían y fui a un psicólogo. Era totalmente ajena a que yo estaba siendo maltratada. Fui al psicólogo para contarle las situaciones y que me dijera cómo ayudarle a dejar de tener esos malos pensamientos sobre mí, a dudar de mí. Y ahí fue cuando el psicólogo me habló claramente del perfil de él.
¿En algún momento llegaste a sentirte culpable y a darle la razón a tu maltratador?
Muchas veces. Por último, evidentemente no, me armé de valor y le hice frente. Llega un momento en que dejas de tratar de hacerle entender que está equivocado porque al final es imposible; ellos son muy tozudos en su criterio. Pero muchísimas veces me hizo dudar de todo.
¿Cómo describirías el perfil de tu maltratador?
Pasados los años y analizando la situación le describo como un niño caprichoso que se crio en un ambiente donde él siempre tenía la razón, donde todo era cómodo para él, todo tenía que ser de manera que él no se molestase. Si salía de trabajar a las dos, tenía que llamarle a las dos y un minuto para que él no pensara que yo estaba de conversación con mis compañeros de trabajo.
Cuando entendí que él mostraba celos, intentaba evitar situaciones incómodas. En casa de su familia siempre estaba todo el mundo poniendo pañitos. Era como un niño caprichoso en un cuerpo de adulto, una persona muy mal pensada. Y luego tenía a la gente de la calle muy engañada; tenía un papel muy estructurado y se trabajaba mucho cómo los demás le veían. Luego en casa se relajaba y se mostraba tal y como era. Es la típica frase: “Santo en plaza, diablo en casa”.
Tenía muy bien trabajado su papel de tal manera que, si tú contabas alguna anécdota, los demás no te creerían porque él era muy respetuoso, todo el mundo le quería, todo el mundo pensaba muy bien de él. Era una persona con mucha falta de autocontrol. El psicólogo me dijo en su momento que era un neurótico y un poquito psicópata.
Tomé conciencia, pero luego me daba miedo tomar la decisión, pues no sabía cómo podía reaccionar él. Tardé dos años más en separarme. Fue una situación demoledora. Al final todos siguen un poco el manual. En un principio son encantadores, se preocupan mucho por todas tus cosas, una cree que lo hacen por interés, pero llevan escondido el control absoluto, lo que pasa es que queda camuflado. Es un proceso largo, ellos tardan bastante en mostrarse tal y como son.
¿Se daban cuenta las personas en tu entorno de que estabas sufriendo este tipo de violencia? ¿Acudiste a alguna institución o a las autoridades?
No acudí a las autoridades, mi familia sí se daba cuenta, pero no fueron capaces de decirme nada hasta muy avanzada la situación. Ellos observaban que yo estaba siempre muy triste; mi sobrino llegó a decirme: “Ya no sonríes. ¿Qué te está pasando?» Perdí muchísimo peso, me alejé un poco de mi gente.
Él se preocupaba mucho de tomar el control; las amistades y los familiares no convenían porque podían hacerte abrir los ojos. Con excusas como: “Tengo que trabajar, otro día vamos, cuando yo tenga libre te acompaño”, se aseguraba de que no hubiese visitas. Por no dejarme, no me dejaba ni hacer compras de regalos de cumpleaños sola; todo estaba más que supervisado por él.
Al final mi hermano incluso llegó a temer que él me pegara. Decía que me veía tan infeliz e incapaz de tomar una decisión que llegó a pensar que me tenía amenazada. Yo no contaba nada porque me parecía que era faltarle el respeto a él, por eso acudí a un psicólogo a escondidas; tuve que mentir, decirle que estaba en un almuerzo con una amiga. Fue terrible porque en cualquier momento me llamaba y yo estaba en plena consulta. Esa sensación de esconderte como si estuvieras haciendo algo malo es terrible.
«un moratón llama la atención, pero la tristeza, la autoestima por los suelos es algo que no es palpable»
Realmente no, ese miedo no lo tuve nunca. Momentos de violencia, de gestos, no. Insultos muchísimos, vejaciones por último sí, pero nunca le vi ninguna postura violenta de dar golpes a una mesa, por ejemplo. Temer por mi vida no, pero sí me sentí tremendamente culpable al finalizar todo porque mi hijo había sido testigo de muchas situaciones que no son ni normales ni lógicas en la vida. Fue algo que tuve que trabajarme mucho tiempo después.
¿Cuándo decides romper esa espiral de violencia?
Tengo que reconocer que yo le dejé estando enamorada. Me fue muy difícil tomar la decisión porque mi razón me decía: “Sal de allí, esto no es sano, no lo vas a cambiar”, pero mis sentimientos me hacían permanecer ahí, aun sabiendo que no era sano ni para mi ni para mi hijo. Había como una especie de enganche, no logro definir por qué me mantuve dos años más al lado de él. Era una lucha entre la razón y el sentir.
Necesitaba seguir viendo más cosas para autoconvencerme al máximo, para poder ser fuerte y tomar la decisión. Tenía razones de sobra para dejarlo, pero no podía; aun siendo fuerte hay momentos en que dudas, es muy duro porque el sentimiento te desgarra por dentro. Fue lo peor a lo que me he tenido que enfrentar a nivel pareja.
Este tipo de personas como se sienten ofendidas porque las has dejado tratan de buscarte, a través de un conocido, de un familiar, de que tengas algún tipo de noticia sobre ellos. Recuerdo que muy cínicamente las siguientes Navidades me envió una foto, con barba, demacrado como para infundirme lástima y lloré porque había algo en mí que todavía le quería, pero era necesario no regresar ahí. Me llevó tres largos años liberarme de todo y comenzar a vivir con plenitud.
¿Conoces a otras mujeres u hombres que hayan vivido una situación similar?
Tengo una amiga a la que conocí en un centro de trabajo. Yo estaba fuera de esta situación y ella me contó por lo que estaba pasando. Su pareja sí mostraba episodios violentos, de armar follones en la calle, pelearse con otros chicos. Ella sentía mucha vergüenza. Esto sucedió hace años y lo peor de todo es que ella sigue hoy por hoy con él, a pesar de mis charlas con ella, de mis consejos; le dejé leer algunos libros para que ella tuviera también ese despertar.
Creo que, aunque tú des consejos, cada cual tiene que esperar su momento, cada uno tiene que buscar la fuerza necesaria para salir de ahí y lamentablemente mi amiga sigue con esa persona. Hace seis años yo le hablé desde mi experiencia y hoy ella sigue en un círculo vicioso y no sabe salir de ahí.
¿Crees que la violencia psicológica está invisibilizada en la sociedad?
Totalmente. Es evidente que un moratón llama la atención, un golpe, un corte son muy visibles, pero la tristeza, la autoestima por los suelos es algo que no es palpable, no se puede ver. Sin embargo, es un sufrimiento que lleva dentro la persona que ha sido maltratada psicológicamente. Creo que, igual, si lo cuentas las personas que tienen empatía pueden entender la situación que has pasado, pero no es visible para la sociedad.
Pienso que seguimos viviendo en una sociedad tremendamente machista en ambos sentidos, porque también he escuchado a chicas jóvenes hacer comentarios muy machistas al estilo de: “No me deja ponerme minifalda porque me quiere tanto que le duele que los demás se fijen en mí”; comentarios absurdos de ese tipo que fomentan que el otro se convierta en tu dueño y señor.
¿En qué medida es culpable la sociedad y las instituciones de la permanencia de esta lacra?
Es un debate extenso porque también hay muchas mujeres que injustamente han hecho falsas acusaciones contra sus parejas, ex parejas, padres de sus hijos agarrándose a que la ley protege bastante. Creo que la mujer que verdaderamente sufre le cuesta mucho contar su historia. Finalmente está tan mermada, tan limitada, te consumen tanto tu autoestima que es muy difícil contarlo.
Cuando la persona es capaz de hablarlo es porque ya está empezando a salir de ese círculo. Muchas mujeres que hablan de un maltrato físico, añadido al maltrato psicológico, temen por sus vidas, por la de sus hijos; al final se sienten paralizadas y ahí yo creo que las instituciones tampoco pueden garantizar que ellas puedan llevar una vida normal lejos de estos maltratadores. O sea, qué garantías tienen ellas si quizás son económicamente dependientes. Al final se unen demasiados factores que impiden que las personas se movilicen para salir de ahí.
¿Está la mujer desprotegida ante la violencia psicológica?
Están desprotegidas porque muchas de ellas no lo manifiestan. En mi caso, se lo conté a mi familia, a dos o tres amigas de confianza, pero no fui más allá. Quise olvidarme de la situación lo antes posible. No me atreví a denunciar precisamente por su profesión, es una persona que tiene todo muy bien atado; hubiera sido una lucha y un despropósito y, a lo mejor, me hubiese puesto yo en peligro pues es una persona que en su profesión porta un arma.
Él se cuidaba mucho, tenía un historial intachable y de eso presumía muchísimo. Era una forma de decir: “Hagas lo que hagas y digas lo que digas voy a estar por encima de ello”. Creo que lo mejor es pasar página lo antes posible y recuperarse. Queda mucho camino por recorrer y sigo pensando que el miedo paraliza y es difícil luchar contra eso.
Como yo muchas más mujeres prefieren pasar página, curarse lo antes posible pues es un proceso de curación largo, intenso. Ya no es solo el calvario y el infierno en que se vive, sino la recuperación porque no te recuperas en dos meses. No contemplas denunciar porque prefieres olvidar lo antes posible, prefieres no molestar a la bestia pues las consecuencias pueden ser peores. Bajo el miedo una actúa sin llegar a las instituciones, sin llegar a un abogado. Yo creo que al final no es que estemos tan desprotegidas, es que tampoco tenemos el valor suficiente de dar la cara, poner rostro, señalar con el dedo al maltratador.
Violencia psicológica: crónica de un maltrato silencioso
¿Qué herramientas son necesarias para erradicar cualquier tipo de violencia?
Por mi profesión creo que lo mejor es, desde que las niñas y los niños son muy pequeños, ya sea en casa y en las escuelas, debatir mucho sobre el tema; elaborar actividades muy enfocadas en el respeto, en la igualdad plena; quitarles los roles estereotipados que vienen de siglos atrás y hacerles entender que un hombre no es superior a una mujer, ni tampoco lo es la mujer sobre el hombre.
He conocido niños de 8 o 9 años que tienen unas ideas muy marcadas, no sé si por el entorno, por la educación que reciben en casa, son ideas machistas y casi se sienten con el derecho de molestar a las niñas por el hecho de ser niñas. Es espeluznante pero sucede. También las familias deberían recibir algún tipo de charla, talleres. En las familias se cuecen muchas situaciones.
El sistema educativo, sin duda, tiene mucho por hacer pero sin el apoyo de las familias se está de pies y manos atada. La educación comienza en casa, a la escuela se va a ampliar conocimientos, a cambiar la perspectiva, la manera de ver las cosas, sin embargo, muchas veces se hacen parones para educar.
Es complicado, tenemos familias donde existe el patriarcado, donde papá es el que trabaja; sigue habiendo muchos estilos: de padres autoritarios, madres que protegen a los hijos a espaldas de sus parejas, se callan delante de ellas pero luego malcrían, y también están las familias desestructuradas.
Al final, al sistema educativo le toca un papel muy difícil en la sociedad porque no solo se enseña, hay que educar. Surgen situaciones en el aula en la que los niños muestran faltas de respeto, burlas por un defecto de un compañero o por cómo viste, y se hacen muchas paradas para hablar de respeto, de igualdad. Debería ser un trabajo de casa, pero indiscutiblemente se convierte en un trabajo de escuela.
Algunos estudiosos del tema plantean que las relaciones amorosas entre los hombres y las mujeres, están basadas en el poder más que en el romanticismo. ¿Qué opinas sobre esta afirmación?
Puede ser que muchos elijan sus parejas porque les garantizan la sensación de poder que tienen sobre la otra persona. Luego las mujeres acceden porque tienen esa idea romántica de la pareja. Igual se unen los dos elementos y al final ellos van con la persecución del poder y ellas van con la idea romántica de su príncipe azul.
Hay que reeducar mucho a la sociedad porque nadie pertenece a nadie, todos somos libres, decidimos libremente tener pareja, bajo los criterios de cada uno. El problema es que muchas mujeres acceden a ciertas cosas por necesidad y eso alimenta el poder de ellos. Es un círculo vicioso.
Después de haber pasado por una situación así, ni creo en el romanticismo ni en el poder de uno sobre el otro. Cambiar esas tradiciones, esas cargas emocionales que llevamos de nuestros antepasados que dicen que la mujer tiene que servir al hombre, el hombre es el que trae el dinero a casa y es el que toma las decisiones más importantes porque la mujer no entiende… hay que acabar con eso, hay que romper cadenas.
A punto de finalizar la entrevista con esta profesora víctima de violencia psicológica, es inevitable preguntarle cómo es el proceso de aprendizaje cuando una persona vive una relación de pareja de este tipo. Sin dudarlo asegura que “es tan poderoso que a veces asusta”. Fueron tres largos años de recuperación, de perdonarse, de adentrarse en la psicología, en lecturas y, sobre todo, de reflexiones.
“He decidido pasar página y, sobre todo, convencerme de que nunca más quiero estar en una situación similar. No vivo con un trauma, pero sí con un ligero recordatorio. Actualmente tengo pareja y si viera cualquier señal similar a lo que ya pasé, se me encenderían todas las alarmas”, confiesa. Indudablemente una experiencia de este tipo la ha fortalecido y la ha enseñado a reconocer sus propios fallos. Es tajante cuando afirma que hay cosas que no debía haber permitido, pero hoy por hoy su tolerancia ante el más mínimo insulto es cero.
“La más mínima falta de respeto es para tomar decisiones. No se le puede permitir a nadie que te haga dudar de quién eres, que te diga cómo debes hacer las cosas”, recalca y habla de una “experiencia durísima”. Sin embargo, ella decidió seguir adelante con ese aprendizaje en la mochila para que situaciones como esta no se repitan; por experiencia propia sabe que cuando se logra salir de las sombras, se puede disfrutar de una vida plena.
Antes de apretar el botón de stop de la grabadora, le pregunto si se le queda algún argumento en el tintero. “Si alguien que lea esto se siente mínimamente identificada que reflexione mucho porque merece ser feliz; aunque estemos enamoradas y parezca que nunca vamos a salir de ese dolor, sí se puede. Lo que no se puede permitir es que te hagan daño porque eso crecerá y si no lo paramos seguirá creciendo y luego será peor. Me agarro al título de un libro de la psicóloga Silvia Congost: Si duele no es amor”.
Conoce la historia de otras mujeres que han vivido violencia de género psicológica pinchando en este enlace: https://www.landbactual.com/nanda-santana-la-importancia-de-comunicar-desde-el-amor/
Fotos: El Periódico/Centre Balmes Psicólogos/Basta de silencio/Psicología y mente
Me llamo Belkys Rodríguez Blanco. Sí, un nombre muy parecido al de la reina de Saba, pero soy periodista. Me gradué en la Universidad de La Habana, en la era de la máquina de escribir alemana. Como el sentido común manda, me he reinventado en este fascinante mundo digital.
Escribo desde los once años y ahora soy una cuentacuentos que a veces se dedica al periodismo y, otras, a la literatura. Nací en Cuba, luego emigré a Islandia y ahora vivo en Gran Canaria. Estoy casada con un andaluz y tengo un hijo cubano-islandés. Me encantan los animales, la naturaleza y viajar. En resumen, soy una trotamundos que va contando historias entre islas.