“La violencia psicológica no deja marcas externas, pero la huella interna es inmensa”. Raquel Santana del Pino
Continuamos ahondando esta semana en otros factores relacionados con la violencia de género psicológica junto con Raquel Santana del Pino, sexóloga clínica y doctoranda en Estudios de Género y Políticas de Igualdad, con la psicóloga Leyla Portillo y con Javier López, promotor de igualdad especializado en masculinidades.
En la primera parte de este reportaje analizamos el contexto en el que se producía este tipo de violencia machista. Esta semana hablamos sobre cómo se desarrolla el ciclo de la violencia, cuáles son las consecuencias, cómo podemos detectarla y sobre todo cuáles son las medidas que podemos llevar a cabo para dejar de sufrir o de ejercer violencia psicológica sobre otras personas.
Las mujeres que sufren violencia de género psicológica, muchas veces, no se reconocen como mujeres maltratadas
Es importante recordar que la violencia psicológica está muy invisibilizada y que las conductas abusivas están muy normalizadas. Esto hace que sea muy difícil de detectar porque las mujeres que la sufren, en muchas ocasiones, no se reconocen como mujeres maltratadas. Así lo explica Raquel Santana, quien asegura escuchar mucho “que sus maridos son buenos hombres pero difíciles de llevar. Cuando profundizas, te das cuenta de que han ejercido control y violencia sobre ellas pero han normalizado ese comportamiento”.
Y no hay clase social, económica, cultural o educativa que pueda evitar que una mujer sufra violencia machista. Ya decía la psicóloga Lorena Flores que cualquier mujer, de cualquier condición, puede ser víctima de este tipo de violencia. Sin embargo, como indica Santana, “existen algunos factores que ayudan al proceso de victimización”. Por ejemplo, haber sufrido abusos en la infancia, la baja autoestima o la influencia de los mitos del amor romántico e idealizado, que normalizan conductas abusivas como los celos o el control.
las relaciones amorosas se siguen viendo como un elemento de posesión y de control
La concepción de las relaciones amorosas como un elemento de posesión y de control es uno de los factores que Javier López ha observado en los talleres que realiza con jóvenes. “Las jóvenes siguen diciendo que, si sus parejas no tienen celos, es que no las quieren, vinculando el celo o el sentimiento de propiedad al afecto y al amor”, explica. Algo que, dice, se ha multiplicado gracias al desarrollo de la tecnología.
Esto explica, en parte, que sea difícil, al menos en nuestro entorno cercano, distinguir entre la violencia psicológica y las discusiones de pareja. Una cuestión que queda reflejada en el informe ‘El impacto de la Violencia de Género’ de 2015, indicando que sucede sobre todo en el caso de los comportamientos de control. De hecho esta fue una de las razones por las que se añadió el factor “sentir miedo de la pareja”, ya que esta podía ser la variable adecuada para hacer referencia directa a los casos de violencia psicológica. El miedo se convierte entonces en una de las claves para detectar que estamos sufriendo violencia.
Detectar la violencia de género psicológica
La violencia psicológica dentro de la pareja es un tipo de maltrato que comienza siempre de manera muy sutil con comentarios o actitudes que, en principio, podrían parecer inofensivas.
Según el informe ‘Impacto de la Violencia de Género en España’ de 2019 este tipo de violencia tiene dos dimensiones. Por un lado está la violencia psicológica de control. En este caso se trata de impedir que la otra persona vea a sus amigos, de que se relacione con su familia o parientes, hay una necesidad de saber dónde está en cada momento, se tienen sospechas de infidelidad o se espera que pida permiso para ir a cualquier lugar. Por otro lado, está la violencia psicológica emocional en la que se insulta, menosprecia o humilla a la pareja, haciéndola sentir mal consigo misma, o hay amenazas verbales y directas que implican a otras personas cercanas.
«La violencia psicológica suele empezar con microagresiones como comentarios, gestos o bromas sexistas»
Santana explica que “la normalización de conductas abusivas hace que, a veces, no puedas detectar que estás sufriendo violencia psicológica” que “suele empezar con microagresiones como comentarios, gestos o bromas sexistas”. Normalmente, las microagresiones van aumentando hasta convertirse en una estrategia de control para “ir tomando más poder y manejar la situación”.
Uno de los máximos indicadores que facilitan la detección temprana de conductas violentas, según explica Portillo, es “cuando sientes que no puedes ser tú misma dentro de la relación”. Esto está directamente relacionado con las estrategias de control que antes mencionamos, entre las que destacan las de control de vestimenta o de comportamiento. “Tu pareja controla tu forma de vestir o con quién sales, no valida tus emociones, te ridiculiza por lo que piensas o te separa de tu círculo familiar o de amistades”.
De esta forma la persona que sufre el abuso no tiene apoyo social y se ve incapacitada para abandonar la relación. Esto explica que una persona pueda llegar a ser víctima de violencia psicológica durante años sin que nadie se dé cuenta, ni siquiera la persona que la sufre o su círculo más cercano.
La violencia física se convierte así en “un fallo en el modus operandi”, tal y como lo llama Marina Marroquí, “porque deja marcas y es cuando todo se activa”. “Un maltratador de libro te manipula tan bien psicológicamente, que no necesita utilizar la violencia física. Es un chantajista emocional y un victimista. Y cuando les dices no, es cuando necesita usarla”. La única línea roja, dice, que ha puesto la sociedad hasta el momento.
El ciclo de la violencia
Nos parece fundamental en este punto rescatar el llamado ciclo de la violencia, un término desarrollado por la psicóloga estadounidense Leonore Walker para identificar las fases que se dan en la violencia de género.
Este ciclo, que parte de una fase de calma en la que todo parece estar bien, continúa con una fase de acumulación de tensión en la que el agresor se vuelve más susceptible y responde con agresividad -ira, sarcasmo, silencios, menosprecios, etc.- ante cualquier situación. La tercera fase sería la de la explosión o el estallido de la tensión, en la que el agresor ejerce directamente violencia física, psicológica y/o sexual. En la cuarta fase, la llamada “Luna de Miel”, el agresor muestra arrepentimiento iniciando conductas compensatorias para que su pareja crea que no volverá a pasar. Una fase que explica la continuidad de la mujer en la relación y que, con el tiempo, acaba por desaparecer.
En este tipo de relaciones se establece, según Portillo, un “rol de víctima-verdugo que acaba convirtiéndose en una especie de droga, un enganche químico desde el punto de vista psicológico del que es muy difícil salir”.
Santana explica que durante este ciclo el agresor “utiliza diferentes estrategias de manipulación para que su pareja se vuelva dependiente y desarrolle la indefensión aprendida”. Este término, que hace referencia a los resultados de los experimentos realizados por el psicólogo norteamericano Martin Seligman, se utiliza para hablar de la conducta de las mujeres que han estado expuestas a la violencia durante un periodo de tiempo.
Walker detectó que la exposición continua a conductas violentas provocaba una “modificación de las respuestas para disminuir la intensidad del maltrato a través de estrategias de afrontamiento tales como mantener al agresor calmado y hacer lo que él quiera”, según explican en Psicología y Mente. La persona sobre la que se ejerce la violencia piensa, de esta forma, que no puede hacer nada y evita otras estrategias de huida o escape que tienen un efecto menos predecible.
En este vídeo podemos ver cómo una profesora es capaz de inducir la indefensión aprendida en el alumnado en pocos minutos. Algunas de las personas que participaron en este sencillo experimento aseguraron haber sentido sentimientos de frustración y de inseguridad que les incapacitaron para finalizar con éxito el ejercicio.
Las consecuencias de haber sufrido violencia psicológica, explica Santana, “dependen de la resiliencia que tenga cada persona”. Sin embargo, hay algunos efectos claros que se dan normalmente como el estrés postraumático, que ocasiona trastornos de ansiedad y del pánico, hipervigilancia, depresión, baja autoestima o enfermedades psicosomáticas que los médicos muchas veces diagnostican como histeria o hipocondría. Estas últimas son muy comunes en las personas que han sufrido violencia quienes “acuden al médico por dolencias que no se pueden diagnosticar correctamente sin atender ni preguntar posibles historiales de violencias vividas”, indica Santana. Las mujeres que sufren violencia de género, además, pueden llegar a padecer esquizofrenia o incluso pensamientos suicidas.
A pesar de lo devastador que pueda ser haber sufrido este tipo de violencia, siempre hay salida. Así lo explica Portillo quien asegura que “con un buen acompañamiento que ayude a la persona a integrar la experiencia y el trauma” puede superar las secuelas y se convierte en una experiencia muy resiliente.
El agresor: poder y dominación
El uso de la violencia, como apuntábamos la semana pasada, es multicausal y tiene que ver con relaciones de poder y dominación. A esto hace referencia Javier López, quien asegura que estas relaciones, además, son contextuales. “No somos maltratadores, ni líderes, ni víctimas en todos los espacios, depende de con quién nos relacionemos. Aquí entran en juego muchas variables como el género, que es de lo que hablamos ahora, pero también el nivel cultural o económico, la raza o la procedencia”. Esta es una de las razones por las que muchos agresores son vistos en su contexto social como hombres, parejas o padres modelo.
Sin embargo, en el marco de sus relaciones amorosas siguen unas pautas de comportamiento determinadas que anulan por completo a su pareja sin que afecte, la mayoría de las veces, a sus relaciones externas.
Según explica la psicóloga Jennifer Delgado en un artículo para Rincón Psicología, algunos de los rasgos que caracterizan a una persona que maltrata psicológicamente son la intolerancia o la intransigencia, la autoridad y el control, la manipulación emocional a través del chantaje, la crítica constante a los demás, la falta de autocrítica, la baja autoestima o la poca empatía, entre otros.
Como dice Marina Marroquí, los agresores siguen un patrón de comportamiento, por eso todas las mujeres que sufren maltrato parecen haber sido maltratadas por la misma persona.
Esta es una de las razones por las que, como apunta Raquel Santana, es imprescindible empezar a trabajar con los agresores. “Mi experiencia personal me dice que no trabajar con los hombres es dar palos de ciego”. Santana, que trabaja actualmente en Finlandia ofreciendo apoyo a mujeres migrantes que sufren maltrato, explica que “en la dinámica de la violencia hay dos partes” y, hasta el momento, solo se está trabajando desde el sistema con una de ellas. Esto implica que el problema nunca acabe y que la persona que sufre violencia de género sea víctima “incluso después de salir del ciclo de la violencia”. “Al sistema no le interesa trabajar con los hombres porque los cimientos del patriarcado empezarían a temblar”, concluye.
Javier López es uno de los profesionales que analiza y reflexiona sobre el machismo y sobre las masculinidades realizando talleres con hombres jóvenes y adultos. A través de acciones formativas presenta alternativas a esa masculinidad hegemónica que “es machista y la que más se reproduce socialmente”.
López explica que encuentra hombres que se ven reflejados en muchas situaciones y se les remueven cosas, pero que no tienen las herramientas adecuadas para hacerles frente. También con perfiles de hombres que quieren imponer su criterio, que llevan la contraria constantemente y que lo niegan todo. “Algo muy habitual es lo que llaman el espejismo de la igualdad; es decir, pensar que no pasa y que las mujeres también son violentas y maltratan. Esas personas se basan en anécdotas muy particulares para llegar a conclusiones muy generales. Ni siquiera tirando de estadísticas oficiales ven más allá”, explica.
En este proceso de deconstrucción destaca la importancia de que los hombres puedan hablar de esa posición privilegiada (histórica) en la que se encuentran “sin sentirse victimizados, acusados o culpabilizados”. Y rechaza las teorías y los planteamientos biologicistas, que califica como inmovilistas. “Un hombre no maltrata porque haya nacido con pene, ni porque tenga testosterona, ni porque tenga pelo en el pecho. Es un comportamiento que ha adquirido a base de aprendizaje. Y todo lo que se construye educativa y culturalmente se puede deshacer. Lo importante, apunta, es que la persona quiera cambiar. No es fácil, pero es posible”, concluye.
Prevención de la violencia de género
La tendencia natural hasta el momento ha sido trabajar directamente con las mujeres sobrevivientes de la violencia de género, algo que, evidentemente, no puede dejar de hacerse. Sin embargo, como hemos visto, hay factores de riesgo claros que no se deben pasar por alto si el objetivo es erradicar cualquier tipo de violencia contra la mujer o contra cualquier persona.
Las costumbres y la cultura, tal y como hemos expuesto, son elementos clave erradicar la violencia de género. A ellas hace referencia Catalina Ruiz-Navarro, feminista colombiana radicada en Ciudad de México durante su charla ‘¿Por qué es importante hablar de feminismo?’. Ruiz-Navarro subraya la importancia de la existencia de leyes para garantizar la igualdad con las que se ha avanzado mucho. Sin embargo, dice, “todas estas leyes son inaplicables, si seguimos teniendo una sociedad machista, porque no vemos el problema”.
«Las leyes para garantizar la igualdad son inaplicables, si seguimos teniendo una sociedad machista»
En este sentido, López piensa que uno de los factores que inciden en la perpetuación de las sociedades machistas tiene que ver con los roles de género. A pesar de los cambios que se puedan percibir en torno a la igualdad de género, “no nos hemos terminado de sacar del subconsciente el rol del proveedor de los hombres”, explica. Pone como ejemplo el reparto de las tareas de cuidados y de reproducción de la vida, un área que sigue concentrando numerosas desigualdades que imposibilitan salir de dichos roles. “Fregar, cocinar, el cuidado de la casa o de los familiares siguen estando en manos y en la cabeza de las mujeres. Los hombres se integran de manera tangencial, se suman y apoyan, pero con las tareas planificadas por las mujeres”, explica.
«Es posible desaprender lo aprendido en el sistema patriarcal»
Santana no tiene ninguna duda de que existe no solo la posibilidad de reeducar en estos valores, sino también de la reinserción. “Creo que es posible desaprender lo aprendido en el sistema patriarcal. Pero después de eso queda un trabajo personal. Los hombres tienen que ser conscientes de sus privilegios para no reproducirlos. Esta es la parte más difícil. Sin embargo, un simple gesto de reproche a un amigo que hace una broma machista, por ejemplo, puede ir cambiando nuestro entorno más cercano”.
En cuanto a la educación, coinciden en que algo muy importante es educar a la población más joven. Una de las medidas que creen imprescindibles es integrar la formación en igualdad y diversidad de género, así como la educación afectivo-sexual, en el sistema educativo de manera transversal. Así lo explica Portillo, quien habla de la necesidad del “despertar de las conciencias”. Se necesita “formar a la comunidad educativa y a los padres y las madres, que son quienes tienen que responsabilizarse de conectar con el valor de generar una sociedad más justa, igualitaria e inclusiva”, concluye.
Según datos de Naciones Unidas, alrededor del 58% de las mujeres víctimas de homicidio en 2017 fueron asesinadas por su pareja o por miembros de su familia. Esto supone un aumento del 9% con respecto a los años anteriores, cuyo porcentaje era del 47%. Según datos de ONU Mujeres, cada día 137 mujeres son asesinadas por miembros de su propia familia, a manos de sus familiares, parejas íntimas o una pareja anterior. Esto significa que el hogar para las mujeres sigue siendo el lugar más peligroso y que los asesinatos los cometen personas cercanas a ellas. La violencia contra las mujeres se ha convertido en un problema de primer orden.
En España, 1 de cada 2 mujeres ha sufrido algún tipo de violencia de género a lo largo de su vida.
Solo en 2021 23 hombres han asesinado a mujeres por el hecho de ser mujeres. Según datos de epdata.es, del total de las víctimas 11 de ellas fueron asesinadas por su pareja. 18 no habían presentado denuncia.
Si quieres leer más sobre violencia de género, pincha en este enlace: https://www.landbactual.com/frida-guerrera-el-feminicidio-es-una-emergencia-nacional/
Fotografías: Imagen de Nino Carè en Pixabay / Imagen de KLEITON Santos en Pixabay / Facebook de Javier López / Masculinidades Disidentes
Me llamo Yaiza Mederos Norro y nací en Gran Canaria en 1982, tierra donde me he criado. Aunque sé que soy de aquí y de ninguna parte, me siento isleña de corazón, quizás por eso cuando estoy lejos del mar parece que me falta algo. Las mujeres de mi familia, por las que siento un profundo respeto, han sido mi referente en la vida. He margullado toda mi vida entre palabras e imágenes, mis dos grandes pasiones. Llevo casi diez años trabajando como periodista y reportera gráfica en medios de comunicación y en agencias de publicidad. Me encanta la Naturaleza, escribir y viajar. Creo firmemente que la educación, la autocrítica y el amor son aspectos fundamentales para transformar el mundo en algo mejor.