En una iglesia de Artefa (Granada), tras el falso muro que el cura mandó construir, quedó el coño incorrupto de la Bernarda, introducido en un relicario de oro con brillantes. Junto a la urna se guardó también la crónica que el mismo cura escribió para memoria perdurable de «… las cosas verdaderas que acontescieron en Las Alpuxarras en lo q se refiere á una piadosa mujer llamada la Bernarda, y al coño de ella, q fizo grandes milagros para la gloria eterna de Dios nuestro Señor..»
El cura compensaba de este modo la obediencia debida al Arzobispo, que denegó la santidad pedida para la Bernarda y prohibió la exhibición de su relicario en el altar mayor so pena de castigo inquisitorial. La mujer, adivina y curandera, no había sido cristiana vieja, y tanto curaba con el Corán como con las Sagradas Escrituras en aquella Granada del S.XVI. Lo cual no fue obstáculo para que su tumba ya olvidada fuera lugar de culto y peregrinación multitudinarios.
Ya era reconocida por sus oficios antes de que San Isidro Labrador se le apareciera en un sueño para acariciarle la raja y decirle «que Dios te la conserve, Bernarda, porque será fuente de vida y de fertilidad», además de anunciarle buenas cosechas para la primavera. Siete vacas flacas que aparecían en aquel sueño se pusieron a engordar y dos meses más tarde de aquello hubo tanto trigo que no se podía conservar.
«La mujer, adivina y curandera,tanto curaba con el Corán como con las Sagradas Escrituras»
Y añade la crónica, tal vez apócrifa, que «los destripaterrones venían junto a ella de noche y de día, y cuanto más le tocaban el mantillo, más cosechas cosechaban, y las mujeres machorras engendraban y daban a luz sietemesinos como soles, y las gallinas empollaban huevos de hasta siete yemas, y las cerdas parían tantos cochinillos que fue preciso ordenar siete matanzas año, pero luego no había sitio para colgar los embutidos y tenían que ponerlos a orear hasta en los dormitorios, y fue por entonces que el duque de Artefa empezó a atar a los perros con longaniza» (*)… de donde viene el dicho.
Cuando se dice de algo que está «en el coño de la Bernarda», o que para conseguirlo hay que irse allí, se le sitúa en el lugar más lejano e indeterminado que imaginarse pueda, a donde no merecen la pena el viaje ni la búsqueda, sin ninguna garantía de éxito; o que incluso dando con ello, el hallazgo no compensaría del tiempo ni de las penalidades del viaje.
Bernarda queda así, en la imaginación y el lenguaje, como el punto cualquiera que pueden apetecer sólo los soñadores (no en vano su prodigio empezó en un sueño) y los seres poco prácticos que se arriesgan a no volver: los argonautas y los descubridores, los pioneros y los huidos, el punto donde tal vez se encuentren, en una dimensión desconocida, los Argonautas, Marco Polo, Simbad, alpinistas seducidos por la montaña, buscadores de oro o de quimeras imantados y engullidos en ese solo espacio del nunca jamás, el fatídico Triángulo de la Bernarda.
(*) Texto anónimo encontrado en Internet
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Fotos: Damir Spanic/Freepik