Margarita nunca volvió a ser la misma. El dolor por la pérdida de su hijo la acompañó hasta que se fue de este mundo. Y con orgullo propio de una persona dolida, cambió de tendero hasta que Antoñito se marchó del lugar, un par de meses más tarde de lo ocurrido. El hombre puso otro negocio, de la misma rama, en la calle Aguadulce del barrio de Arenales. Aquella mudanza al nuevo local se debió a una decisión propia por su dolor y también por la pérdida de clientes, pues Madreíta era muy querida en el Puentillo y los vecinos, dolidos por la acción de Antoñito, dejaron de comprar sus artículos. Esta es la segunda parte de Madreíta, la Partera de La Isleta,
«Margarita era mujer decidida y acostumbrada a resolver sus problemas»
Pasados los años Margarita y sus dos niñas se mudaron de casa y fueron a vivir, en el mismo barrio, en otra vivienda con mejores condiciones de habitabilidad. La primera noche que trataban de dormir, en el que sería su nuevo hogar, prepararon un colchón en el suelo. La habitación tenía un ventanuco que abrieron para airearla y encendieron una vela. En un momento de la conversación que mantenían las tres mujeres, notaron como una corriente de aire fresco entró por aquel postigo y apagó la luz. Madreíta exclamó: «¡Jesús, qué raro!». Entonces, se dirigió a la vela para encenderla.
Al momento, el pasillo se iluminó y apareció la imagen de un hombre vestido de San Antonio, con ropa marrón y un cordón blanco a la cintura. A las mujeres se les iba a salir el corazón por la boca, temblaban como varas verdes y se tiraron a la cama donde se apretujaron unas contra otras. Fue el momento en el que aquel hombre se dirigió a la madre diciéndole: «No se asuste, Margarita, soy Antoñito Montenegro, no encienda la vela que vengo a ganarme su perdón». Madreíta, temblorosa y sorprendida, a la vez que las niñas lloraban asustadas, le contestó: «Sí, sí, sí, —repitió sin saber bien cómo obrar—, no se preocupe usted, Antoñito. Está perdonado, váyase tranquilo». Con esa frase de Madreíta, se produjo un silencio tétrico a la vez que el pasillo se fue quedando a oscuras. Con posterioridad, como si no hubiese ocurrido nada, el hombre desapareció y todo volvió a la normalidad.
Aquella noche, las tres mujeres no pudieron dormir. Las niñas, cansadas, cogieron el sueño de madrugada. Margarita, que era mujer decidida y acostumbrada a resolver sus problemas, preguntó a sus vecinos dónde había abierto el tendero su nuevo negocio. Cuando tuvo certeza de la ubicación, se vistió de domingo y tomó la guagua cruzando el istmo de Guanarteme para plantarse en la tienda de Antoñito. Tras la barra del negocio la esposa del tendero vestida y calzada de riguroso negro, la reconoció y se echó en los brazos de la partera llorando desconsoladamente. Aprovechando el abrazo, la señora le comunicó la muerte de su esposo.
Madreíta, la Partera de La Isleta
Margarita no sabía qué decir, cuando cogió resuello le explicó a la viuda lo mal que lo había pasado la noche anterior, pues no le encontraba explicación a lo sucedido. Aquella mujer llorando la puso al corriente sobre la muerte de su marido unos días atrás. Le dijo, además, que había sido tan grande su dolor en vida, por lo ocurrido con Agustín, que le pidió a su esposa que el día que muriera lo vistiera de San Antonio con un cordón blanco en su cintura, a fin de ganar el perdón de Madreíta. Y que de esa forma ella había obrado en cumplimiento de su último deseo.
Margarita se fue de allí destrozada. Pensaba en la gran pena por la pérdida de su hijo y por el dolor tan grande que aquel hombre, por su vehemencia, había producido en tantas personas y en sí mismo. Cuando llegó a casa contó a sus hijas y familia lo que había pasado.
Aún, después de tantos años, esta historia se comenta con asombro entre los descendientes de Madreíta, pues sus hijas —madres y abuelas, con el tiempo—, juraron que aquello sucedió y que ellas fueron fieles testigos de una historia tan extraña como verdadera.
«después de tantos años, esta historia se comenta con asombro entre los descendientes de Madreíta»
Posdata:
Este relato está basado en lo mencionado al respecto en las «Memorias de Soledad Cabrera Barreto», hija de Margarita y por lo tanto sobrina de Agustín y Manuela y a su vez nieta de Madreíta la Partera. Tengo motivos para llamarla familiarmente Tita Solita, como esposa que es de mi tío Nono (Antonio Reguera González), hermano de mi madre. Por supuesto que para escribir estos hechos conté con su autorización.
Quiero agradecer a Olivia Reguera Cabrera (hija del matrimonio y prima hermana mía) su mediación en la toma de información a sus padres nonagenarios. Hace años que viven en Fuerteventura y sin su ayuda me hubiese sido imposible completar toda la información.
Agradezco a Rafael Curbelo Armas (inspector de educación jubilado) compañero de profesión y amigo personal, así como a Guillermo Perdomo Perdomo (impulsor del Jardín de Cactus de Guatiza), por sus labores de rescate de la documentación administrativa de los personajes (certificaciones de nacimientos, bautismos, bodas y defunciones) que han servido para situar y fundamentar esta historia en su contexto.
Este relato lo terminé de escribir en Las Palmas de Gran Canaria, la noche del 23 de junio de 2020. La víspera que es llamada en Canarias «Noche de San Juan Bendito», en la que los canarios tenemos grabado a fuego, en nuestros corazones, que todo puede ocurrir.
Si quieres leer la primera parte de esta interesante historia, pincha en este enlace: https://www.landbactual.com/madreita-la-partera-de-la-isleta/
Blog del autor: http://joaquinnieto.blogspot.com/
Fotos: Pinterest/Parteras.org/La Nueva Crónica/Eroski Consumer